Las personas según sus posibilidades, sus preferencias o sus distintas habilidades, llevan ya más de un siglo en el que continuamente se han ido separando del analfabetismo, es decir, de la ignorancia, que los hacia fácilmente manejables o sometidos y agrupados en rebaños que solo conocían una calzada.
Estamos en época de total efervescencia de los medios de comunicación, de las redes sociales y de los esbozos de la “inteligencia artificial” con su crecimiento exponencial, que hace que los ciudadanos de un país tengan una preparación media intelectual de apreciable altura, que debe ser respetada.
Ya no tiene cabida en estos tiempos, el charlatán que daba “duros por tres pesetas”, pero se ha abierto el camino del que da “euros u honor” por un temporal apoyo.
El mundo se ha globalizado, quiere ser un conjunto, pero hay una excepción “el mundo político”. Los políticos viven fuera del engranaje de la máquina, dándole la espalda a toda universalidad. Sin tener que pensar profundamente, cualquier individuo se da cuenta que los poderes públicos, las personas que manejan nuestra vida diaria y que dicen sentirse muy demócratas, en su fondo han inventado un eufemismo muy suave y sus sentimientos dictatoriales lo han transformado en “paternalismo o maternalismo”, que los ha llevado a considerarnos bebés o lactantes a los que se le da el biberón impuesto, sin que ellos puedan hacerse otra cosa que ingerirlo. No se si nos toman por tontos, pero si es seguro que nos creen inmaduros a los que hay educar y enseñarle el camino a seguir y como lo aceptamos nos regalan la denominación de “progresistas”.
Denis Diderot, filósofo, ensayista y escritor francés, en su obra La paradoja del comediante recoge en las páginas de este ensayo, en forma de diálogo, sus reflexiones sobre el actor y el arte de la interpretación y una de sus conclusiones es afirmar que “la moral es más bien, una serie de inmoralidades profesionales”. La falta de sensibilidad nos llevará a ser actores de gran importancia representativa, tener una sensibilidad exquisita hará que nos consideren retrógrados o mediocres.
García Lorca dijo claramente que el poeta no debía ser político, porque inmediatamente su poesía se degrada. Los hombres y mujeres de saber, que son inmensa mayoría y se designan como intelectuales, debían igualmente “dar el esquinazo” a toda política de ideales encontrados e irreconciliables, que con sus decisiones impiden la construcción en paz y bienestar, de un país. No es que el intelectual esté a favor o en contra de la denominada “clase política”, las profesiones no tienen por qué estar enfrentadas, sino cada uno saber cuál es su misión y cuáles son sus límites. El intelectual es enunciativo y preciso, pero no realizador. El político siempre tendrá su pensamiento ocupado en realizar cosas que mantiene hasta conseguirlas en el más absoluto silencio. Si no se dice a los que tienen el derecho de saberlo lo que se piensa, se está mintiendo. Ahora se va entendiendo la situación actual por la que atraviesa, esta, todavía nación.
¿Sera posible que unas personas consideradas “padres de la patria” vengan a expresarse en diferentes idiomas, cada vez más, para no llegar a entenderse y tener que recurrir a artilugios técnicos y de traducción para poder medianamente coexistir en el debate?.¿ No hay ninguna inteligencia que de verdad y razonadamente exponga que es de sentido común comunicarse en el Parlamento en un solo idioma? ¿No respetamos las mayorías que ahora tanto buscan los que quieren ser presidentes? Pues la mayoría la tiene el idioma español, el tercer más hablado del mundo y que la Carta Magna lo refrenda.
Ahora se nos une para mayor decadencia y en gran parte humillación el problema de la amnistía. Y debemos saber que hay profesionales de la justicia a quienes le corresponde resolverlos. Si nos saltamos a la torera por conveniencias no bien justificadas un tipo delitos, que dirán los que están inmersos en otros tipos de condenas. La igualdad tiene ser generalizada y nunca utilizada en beneficio se algunos individuos o grupos. El “efecto dominó” de estas decisiones hará comprensible el independentismo.
Solo hay una cosa cierta, tal como he expuesto en párrafo previo. Todo estaba pensado desde hacía bastante tiempo, guardado en un rincón del pensamiento donde el resentimiento es la guía - el sostén - de la razón. El arte de la interpretación simulaba, sin sensibilidad, ante los que creen en los valores fundamentales de Patria y Constitución, lo que más interesaba según el momento y la tendencia del voto. El que tiene ofrece cuando quiere conseguir algo y su riqueza, ansiada por muchos que quieren llegar al mismo nivel, allana el camino, que los valores tenían ocupados por las más sublimes emergencias. No hemos entrado en descomposición, sino en reparto de la tradición y herencia de cinco siglos. El apetito de radicales e independentistas es desmesurado y ahora tienen quien les invita a cenar.