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Miércoles 26/06/2024  

Desde la Bahía

El señorito andaluz...

Las mayorías son soportables. Las uniones a lo frankenstein, detestables, por los bajos suburbios de intereses, engaños, concesiones fraudulentas...

Publicado: 02/06/2024 ·
20:13
· Actualizado: 02/06/2024 · 20:13
Autor

José Chamorro López

José Chamorro López es un médico especialista en Medicina Interna radicado en San Fernando

Desde la Bahía

El blog Desde la Bahía trata todo tipo de temas de actualidad desde una óptica humanista

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No dejaba el sueldo para mucho más. Esta Andalucía de genio alegre, luminoso ingenio y sobrada mimesis, limitaba su ocio al sentarse alrededor de una mesa de tapete de mármol y periferia metálica, que en algunas ocasiones eran sustituidas por otras procedentes de máquinas Singer que habían caído en desuso, y hablar con los compañeros mientras se saboreaba la caña de manzanilla a la que solamente acompañaban aceitunas con hueso. El andaluz no precisa de “estrellas michelín” para que sus ojos brillen y se humedezcan cuando en aquellas viejas ventas una garganta refugio de arte y duende, dejaba escapar en sublime huida los sonidos que erizan el ambiente y las almas, al par que aceleran el sístole cardiaco.

Sonó la voz, se articuló la palabra, se fraguó el cante una de aquellas tardes/noches en la venta. La soleá tenía el peso de las cosas sufridas, el desgarro de la despreciativa forma de relación, la certera afirmación de quien libera su verdad, gracias a las notas de su voz. La estridencia del cuarteto, quebró el aire con la daga del dolor Señor que vas a caballo/y no das los buenos días/si el caballo cojeara/ otro gallo cantaría.

El Señor que va a caballo es la otra cara, el rostro pernicioso de esta tierra de encanto, “el señorito andaluz”. Fue en el siglo XIX cuando se acuñó la imagen que los describe: amos de cortijos o de grandes extensiones de tierra heredadas en siglos previos, que vivían de las rentas y jamás habían doblado su torso, para al menos saber, arando, como eran las raíces de las plantas cosechadas. Miraban al trabajador no por encima del hombre, sino desde el alto de su caballo, para minimizarlos al máximo y la explotación y el aprovechamiento eran la letanía a imponer diariamente. Forzosamente debía de haber alguno, como bien defendió Gabriel y Galán en su poema El ama que amaba y era amado por todos los que en su casa colaboraban con su esfuerzo y lealtad, pero una sola nube no solventa la sequía.

De alumno, recuerdo a un profesor que decía de forma reiterada “el hombre es el único animal que tropieza dos veces - o más - en el mismo camino”. A partir de 1975 un consenso enorme y global en todo el país, nos llevó a creer, con entrega inquebrantable, que había llegado el momento de conseguir la libertad, la igualdad, la perdida de privilegios, una justicia social como jamás se había imaginado, una Constitución y una democracia que acabaría con cualquier viso de tiranía, explotación, intimidación, desprecio o deseo de aniquilar los derechos de los trabajadores. Por fin era posible la desaparición entre otros, del “señorito andaluz”.

Se hablaba de amor, concordia, solidaridad, diálogo, participación de todos en la vida de la nación, posibilidad de cualquier ciudadano de ser la primera autoridad de su pueblo o comunidad. Pero se nos olvidó grabar a fuego en los encerados de las aulas, en los talleres de las fábricas, en el corazón de los profesionales y, sobre todo, en el ideal de los partidos, estas condiciones descritas.

No se empezó de nuevo, se sacó a flote el barco de los rencores, que parecía haber quedado fondeado, sin capacidad para emerger. Los primeros mítines políticos libres eran en realidad arengas propias de la contienda civil vivida y lo peor es que no nos libramos de ello y cualquier campaña electoral siempre recuerda el resentimiento, envidia u odio al que no se le ven signos de cesar.

Las mayorías son soportables. Las uniones a lo frankenstein, detestables, por los bajos suburbios de intereses, engaños, concesiones fraudulentas y a veces incluso enriquecimiento. El ansia por conseguir esa mayoría fue desde el principio democrático una obsesión tiránica para aquellos cuya retina no veía más allá de la revancha. Y ocurrió lo que tenía que ocurrir. El “señorito andaluz” o “nacional” no ha desaparecido. Hay una nueva calaña de ellos. Tienen sus diferencias con los anteriores. Desde luego sus fortunas sobrepasan a las de aquellos, pero sin tradición de siglos. Se han hecho en las últimas décadas, gracias al “pelotazo” o a una mano hábil en el fraude y la sustracción. No montan a caballo, sino en coches de alta gama y viven en mansiones de una valía, que no pueden adquirirse, ni justificarse con los sueldos actuales. La palabra escrúpulo no está en su diccionario y su corteza cerebral es un nido de neuronas que solo piensan en prosperar, aunque haya que engañar, malversar o apoderarse de bienes y monedas que pertenecen a los diezmos que el pueblo paga, sin que se le dé una transparencia de la forma en que se ha distribuido su obligada participación. Un porcentaje importante de estos “nuevos señoritos” no han trabajado en su vida, le han hecho una Ley de Educación que le permite no esforzarse, para conseguir una titulación mínima. El libro es para ellos una pieza de artesanía a colocar en un lado visible del salón donde recibirá a personas importantes. Los medios de comunicación son la base de su comunicación, son la base de conocimiento intelectual. Los siguen con fe de dogma. Reflexionar es propio de asesores. Crear es cosa de estudiosos que no sobrepasan la línea de los funcionarios. Saben leer, pero son más analfabetos que los pastores que vivían entre ovejas el pasado siglo XIX.

Estos señoritos de nueva cuña, tienen como icono especial una “escala de cuerdas” que siempre tienen a mano para no perder la oportunidad de subir un peldaño más.

Se tropezó de nuevo en el mismo camino, pero el ciudadano español, y no digamos el andaluz, tiene una mágica resiliencia, en que algún día llegará el “maná” de la verdad, de la igualdad en los derechos fundamentales y la desigualdad en relación con las habilidades, capacidades, sentido del esfuerzo y responsabilidad en todos los avatares de la vida diaria.

Pero sin equivocarnos al día de hoy, donde la crispación en la sociedad alcanza límites inclasificables. Los siete pecados capitales son ahora siete votos que mantienen al que hace y deshace a su antojo el “catecismo constitucional” o forra de blanco las pastas del Código Penal, cuando hay que agradecer, blanqueándole el rostro a un delincuente y lo peor enemigo recalcitrante de nuestra nación. Pero hay altos cargos del poder que pregonan que la Ley de Amnistía, es el mayor hito logrado por el pueblo español en todos los tiempos y que seremos, a partir de ahora, ejemplo ante todas las naciones del mundo de concordia y pacificación. La memez no se cura. La idiocia tampoco.  Y el señorito seguirá sin darnos los buenos días, pero exigiéndonos que le votemos, porque sin él, el progreso nos abandonaría.

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