Agosto huele a juventud y es gratificante que así sea. Lo celebro. El mundo tiene que pensar en los jóvenes e invertir mucho más en ellos, ante la sobreabundancia de inseguridades que nos asaltan a diario. De momento, son víctimas de primer orden en la crisis económica mundial. La marginalidad de la juventud se produce desde el momento mismo que los gobiernos no les pueden ofrecer educación y trabajo. Para los jóvenes el empleo en precario no es la excepción, sino la regla permanente. Disuélvanse, pues, esas gobernaciones que son incapaces de trazar el camino a los que son la esperanza de futuro. No pueden seguir en el poder por más tiempo. Difícilmente han de generar un mundo más humano y justo, aquellos jóvenes a los que no se les ha instruido en valores y escuchado sus peticiones. Por desgracia, una buena parte de la juventud se le excluye de la vida productiva y se le abandona a su suerte. Consecuencia de todo ello, que son presa fácil para la explotación, para avivar la criminalidad, para ser sometidos a experiencias novedosas que conducen a los más aberrantes desórdenes que un ser humano puede alcanzar. Desde luego, sin formación es bastante complicado discernir los riesgos, y ver los problemas que genera el uso y abuso de drogas y alcohol. La idea de Platón de que “el más importante y principal negocio público es la buena educación de la juventud”, habría que ponerla en práctica de inmediato, sino queremos gestar una generación sumida en la violencia y perdida en la desesperación.
Como digo, celebro que los jóvenes se movilicen por disfrutar el paraíso de la vida y hacerlo todos con todos. Alabo que los jóvenes se manifiestan contra la explotación infantil y juvenil y el uso militar de los niños. Elogio que los jóvenes hagan piña por un porvenir que les pertenece. Aplaudo que los jóvenes quieran ser ellos mismos en un mundo adulterado por los adultos. Aclamo que los jóvenes tengan respeto por el pasado y sus maestros, vivan el hoy y nunca maldigan el futuro por muy necio que se presente. Por ellos, por esa juventud que se niega a verse en la pobreza y quiere ser una fuerza clave en el cambio social, bien se merecen nuestro apoyo en ese humanizar la humanidad que a todos nos conmueve, pero que a los jóvenes de espíritu inquieto les mueve y les remueve el corazón, con más tesón sin cabe, fruto de un estado de ánimo alegre, que para sí lo quisiéramos más de uno.
El mundo tiene necesidad de juventud, porque es de ley renovarse, pero han de oírse sus opiniones y reflexionarlas, máxime en un mundo adormecido éticamente. Si como dijo el novelista francés, Victor Hugo, “en los ojos del joven, arde la llama; en los del viejo brilla la luz”, el apoyo de unos y otros es fundamental si queremos avanzar. Llama y luz se hermanan bien, sólo un ingrato detesta la llama que nos calienta y la luz que alumbra. Por tanto, me entusiasma este agosto de lozanía que nos merecemos, de reflexión y encuentro de jóvenes con jóvenes y de jóvenes con mayores de todas las culturas, porque ellos son el auténtico motor de reforma que buscamos. La crisis actual no puede dejar en la cuneta lo que es sustento del mundo, los jóvenes, que sí han de estudiar o trabajar, o ambas cosas a la vez. Sin duda, lo subrayo, no hay mayor despropósito para un gobierno, que aquel que en sus políticas públicas ignora a la juventud. Ciertamente, en esta etapa de la vida, el joven necesita tanto del estimulo moral como de ser instruido, puesto que su comportamiento colectivo va a tener importantes efectos sobre las venideras transformaciones sociales.