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“Aquí no le hacemos daño a nadie. Al contrario. Divertimos a los niños”

Entrevista a Antonio López, criador de aves rapaces

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  • Antonio López. -

Pueden verlo ustedes en el paseíllo, en el balcón de la Peña, en la Plaza de El Cabildo. Con aire de pirata bueno, de bucanero afectuoso, con un pañuelo apretándole la cabeza y el pecho lleno de oro, Antonio López cuida aves rapaces que pone sobre las manos miedosas de las jovencitas, o sobre el brazo bravucón de un machote que quiere inmortalizarse en una foto sosteniendo a un halcón o un águila. Luego, si son servidos de darle la voluntad él la coge y da las gracias, sin más. Antes, desde hace un par de años, tenía montado el tenderete a la derecha entrando, pero ahora me extraña ver que lo han puesto a la izquierda, pegando a la fachada del Parador, y le pregunto:

Os habéis cambiado de sitio, ¿no? (Mejor sería no haberle pregunto esto, porque se pone serio y me contesta con otra pregunta):
—-¿Que nos hemos cambiado…? Será que nos han cambiado. Esto es una pena, porque fíjate: estamos en noviembre y fíjate como pega el sol aquí. Imagínate cuando llegue mayo. No hay quien pare en este sitio; se nos ahogan los animales. Allí enfrente estábamos mejor. Date cuenta de que ya allí no hay sol. Nos han quitado diciendo que es que nos hemos adueñado de la fuente y de la papelera. ¿Papelera?. Mira: hay cuatro o cinco papeleras en un pañuelo. Esta Plaza tiene un montón de papeleras, y luego hay calles y calles sin ninguna. El motivo seguro que es otro que nosotros no entendemos, porque no le hacemos daño a nadie. Los animales están bien cuidados y somos una atracción turística más.
Pero, bueno, ¿quién os ha quitado de allí?
—El Ayuntamiento. Nosotros teníamos un permiso indefinido del anterior Ayuntamiento, del del PP y AiPro. Ahora han entrado éstos y nos quitan. Ya ves, por la papelera y la fuente. Y nosotros estamos dispuestos a dejar libre la fuente, a poner el tenderete al lado. Así estamos.
¿Pero ha habido alguna denuncia del SEPRONA, o de algún particular?
—Que no sé. De todas formas sé que el dueño, porque yo no soy el dueño, está moviendo sus fichas, como debe ser. Aquí no le hacemos daño a nadie. Al contrario. Divertimos a los niños y no le pedimos nada a nadie: nos dan la voluntad, y si la voluntad es no dar nada pues nada. Adiós y tan amigos como siempre.
A propósito de la voluntad. Antes teníais una cesta para que la gente pusiera “la voluntad”. Pero me he enterado que habéis quitado la cesta porque a veces la voluntad no era echar algo, sino llevárselo. ¿Es verdad?
—-¿Que si es verdad…? Claro que lo es. Más de un en vez de echar dinero lo que ha hecho es cogerlo. Así que ahora el que quiera dar algo en mano. Y yo ni miro lo que me dan, sino que me lo meto en el bolsillo sin mirarlo.
Bueno, vamos a hablar de las rapaces. De las aves rapaces, no de las otras rapaces, las que roban las propinas. ¿Qué nombres tienen estos animales?
—Bueno. Por ejemplo, este es el loro –y me señala a un ejemplar con colores vivos, azules, amarillos.
¿Y habla?
—Es un loro educado. Pero habla cuando le da la gana. Dice “hola”, “curro”, “guapa”. De ahí no pasa.
Menos mal, porque hay loros que tienen una lengua que da asco de oírlos. ¿no?
—Ya ves. Hay loros que de “cabrón”, “hijoputa”, “gorda”, y cosas así no te bajan.
A lo mejor los loros nos dicen lo que a sus dueños les gustaría decirnos y no se atreven. ¿No?
—Yo eso no lo sé.
Y éste, ¿qué es?
—Este es el halcón peregrino. Es el animal más veloz sobre la tierra cuando se lanza en picado. Llega a más de trescientos cincuenta kilómetros por hora. Es impresionante verlo.
¿Trescientos cincuenta por hora?
—Y más. Puedes creértelo.
A éste lo conozco. Éste es un cuervo, ¿no?
—Claro. El cuervo. Dicen, aunque yo no lo he visto, que los cuervos también llegan a hablar. Lo que si son es ladrones. Todo lo brillante lo cogen, así que hay que tener las joyas bien guardadas. De la familia de los cuervos, aunque son más pequeños, son el grajo y el mirlo.
En el borde de la Peña, aferrado a la barandilla de hierro, un ejemplar grita intempestivamente y le pregunto a Antonio. ¿Quién es éste?
—Este es el águila Harris. Éste te hace todos los mandados que tú quieras. Si un Alcalde tenía que mandar un pergamino a algún sitio lo podía mandar con el Harris.
Ahora se mandan las cosas por correo electrónico, Antonio.
—Ya.
¿Y éste? Le digo señalando a una especie de hurón que está amarrado en la reja..
—Este es un suricato. La gente dice que es un hurón, pero qué va. Es un suricato.
Hay por ahí unos  monos que también se le parecen, ¿no?
—No sé. Pero vamos, que es un suricato.
Como dije al principio Antonio tiene el pecho lleno de cadenas de oro y medallones. Incluso la dentadura de abajo la tiene reforzada con oro. Le pregunto una tontería, porque es una obviedad:
-¿Te gusta el oro, Antonio?
—Sí que me gusta. Yo en cuanto puedo ahorrar algún dinero lo invierto en oro. Otros se lo meten por la nariz (y hace el gesto de esnifar cocaína), o lo tiran en las máquinas tragaperras. O en putas. Yo no tengo vicio  ninguno y como me gusta el oro compro oro.
La entrevista se termina porque la tarde de noviembre empieza a caer. Se acercan algunos visitantes que con cierta prevención miran a los animales. Uno de estos animales está con la boca abierta, carleando, y Antonio me explica que es por culpa del calor. Fíjate, me dice: este animal no puede aguantar mucho tiempo aquí. Si estuviéramos allí enfrente ya hay sombra y no tendría problema. ¿No sé por qué nos han echado de allí?
A continuación Antonio se coloca en el puño cerrado unos trozos de carne. Voy a darle de comer al Harri, dice. El Harri se sube a la azotea del Parador y desde allí planea hasta el puño de Antonio. Picotea la carne y vuelve a elevarse majestuoso, como un Dios carnívoro. Antonio, que haya suerte y que podáis volver a vuestro sitio, hombre.

—Vamos a ver. Ya te digo que el dueño de esto está moviéndose. Como tiene que ser.

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