Vuelve el derbi sevillano. Ya se echaba de menos y el ambiente que se va a respirar mañana en el Benito Villamarín, sin lugar a dudas será la envidia en el panorama del fútbol nacional. Y para muchos, un claro favorito. Que no es otro que el Sevilla. Por potencial deportivo, presupuesto, plantilla y números en territorio rival. Ante un Betis que jugará con el calor de su afición, las ganas de redimirse tras el partido frente a Las Palmas y con la misión de romper una maldición que dura diez años en Heliópolis.
No obstante, la clasificación lleva dictando una igualdad durante todo el campeonato imprevisto para muchos, pues la irregularidad de ambos equipos es la nota predominante en lo que llevamos de competición liguera. Los verdiblancos, que sólo en una ocasión han sumado un triunfo en esta Liga jugando como local, contraponen sus paupérrimos números en casa con la nula capacidad hasta hora de los sevillistas de sacar tres puntos lejos del Ramón Sánchez Pizjuán.
Un duelo de contrastes que sin embargo, parece más trascendental para los intereses béticos, habida cuenta de lo acontecido en los derbis más recientes, pues sendas aficiones aún guardan el amargo y/o dulce recuerdo (dependiendo de la mitad de la capital de la que hablemos), de lo que sucedió aquella noche europea que tanto dio de sí; si bien el último choque de máxima rivalidad de la ciudad se disputó con mismo marcador final en favor del conjunto de Emery y con el cuadro heliopolitano, contando los días para descender a Segunda.
El Betis no sabe lo que es celebrar una victoria ante su parroquia desde hace una década. Y no muchas más desde hace 30 años, pues sólo en tres ocasiones más lograron doblegar a un Sevilla, que dobla en triunfos a los verdiblancos a lo largo de este tiempo y cuyas rachas sin perder en el Villamarín han llegado a durar siete u ocho partidos de forma sucesiva.
Veremos si el de este sábado representa un borrón y cuenta nueva para el equipo de las trece barras o por el contrario, hay triunfo visitante y alegría del sevillismo que colocaría en una delicada situación moral al bloque entrenado por Pepe Mel.