De esto de las elecciones acabaremos empachados, porque además ya sabemos de qué va esto. Las gentes que nacimos en plena dictadura del general Franco, ni se nos pasaba por la mente que estas situaciones llegarían a vivirse en nuestra tierra. Y no lo digo porque desesperáramos de la llegada de la añorada y milagrosa democracia prometida, sino porque de verdad, cándidamente, puerilmente, si se quiere decir así, pensábamos que los partidos políticos mirarían por el bien común, y no por el común bien de quienes los formaban. Pensábamos que esas gentes políticas, por aquel entonces en la “clandestinidad”, aunque algunos estuvieran encuadrados en la falange tradicionalista y de las JONS, todo lo daban por la causa. Una causa común, la del pueblo. Nos negábamos si quiera a imaginar que pudieran vilmente atribuirse la causa a ellos mismos, a sus familiares, amigos, correligionarios, para ganar más dinero que el que fueran capaces de ganarse honradamente trabajando.
Pero he ahí que desde 1975, muerte del dictador, un 20 de noviembre, se han sucedido una tras otra elecciones que han dejado al descubierto que se miente más que se habla. Porque qué se puede, a estas alturas prometer, en unas elecciones, cuando tanto y tan grandes beneficios se han ido prometiendo campaña tras campaña.
Como dijo en su día Alfonso Suarez, puedo prometes y prometo, que en estas elecciones nos prometerán sobre casi todo y nos dirán la mayoría de los candidatos y las candidatas que los otros, los contrincantes, los adversarios y las adversarias, son malos, perversos, que se han gastado el dinero en “putas”, que se han forrado a fuerza de endeudarnos hasta arriba, a todas las personas de bien que pagan impuestos y que todo lo que han prometido se ha convertido en mentiras, tras mentiras.
Y no me refiero sólo a las elecciones andaluzas, fijadas para el día 2 de diciembre, sino el rosario de las europeas, las municipales, autonómicas e incluso generales que probablemente se celebren en 2019, año electoral donde los haya.
Y no nos quejemos de que mientan como bellacos, al fin y al cabo les va la “buena vida” en ello. No tienen arreglo porque saben que mienten y no ocurre nada, incluso las buenas gentes, por aquello de que los que vienen son peores, se conforman con los mentirosos y vuelven a votarlos. Si por una vez, como en el cuento de pastorcito del ¡que viene el lobo!, la ciudadanía dejara de votarlos, ganaríamos todas y todos, porque aquellos que no han tenido poder, en el caso de acceder a él sabrán, a ciencia cierta que este pueblo, maduro políticamente, no les perdonará las mentiras y la próxima vez no les votará.
Por ello, votar a quien sea, menos a quienes han gobernado por mentirosos. Ese será su castigo democrático, porque esa es la única fuerza que esta dictadura por cuatro años le deja ejercer a la ciudadanía.
Fdo Rafael Fenoy Rico