Lo anuncia la pantalla encargada de distribuir homogéneamente el “pan y circo”. La semana viene cargada de infrarrojos, que son -aclaro- radiaciones solares que harán que estemos más pendiente de los grados Celsius, que del daño climático que produce el comer carne o jamón, según fuentes ministeriales. La ignorancia no vuela, porque si así lo hiciera, los pájaros no encontrarían espacio para vivir en plazas y arbolados, pero se une a la arrogancia de las alfombras de tanto despacho oficial y unidas ambas, dan lugar a la aparición de la voz pontificial qué, recordando los versos de nuestro genial Quevedo, nos indica que nos irá mejor como mayoría silenciosa, para no tener que enseñarnos, los decálogos del miedo.
Se anuncia un anteproyecto, que si nos atenemos solo a su título: Ley de Seguridad Nacional, ensalza nuestro optimismo creyendo se trata de unas medidas para que nuestra integridad y propiedad se sientan totalmente serenas e inexpugnables. Luego resulta que uno lee en prensa o “redes” que expertos jurídicos denuncian que la Ley de Seguridad Nacional está hecha a medida para que el Gobierno actúe sin control democrático. El presidente según esta ley, podrá acordar la seguridad por Real Decreto -algo a lo que nos estamos acostumbrando de tal forma, que ya es monotonía su imposició - saltándose todos los trámites, incluidos Congreso y Consejo de Seguridad Nacional, tras habernos hecho comulgar con la rueda de molino que impone su apreciación de “Urgencia” de los fastos que puedan acaecer.
Se ve a leguas la doble vertiente a utilizar. Por un lado, una vía libre de control parlamentario. Por otro, suprimir páginas del libro de la Constitución, que ya no tienen razón de ser. En verdad lo único que queda claro es que la transparencia ahora la ofrecen cristales esmerilados.
El currante español, en vacaciones estivales, ha desconectado su receptor cerebral del trabajo y la ciudad. Su Égida, le ha llevado a estar tumbado en decúbito supino sobre la arena de la playa, mira la inmensidad del cielo, y se distrae pensando que el sol, que actúa como presidente de su estado -el sistema solar- aunque se dice ser democrático, pues ilumina por igual a todos los seres vivientes, sin embargo, se encarga con la fuerza de sus radiaciones -su ley de seguridad- que no podamos mirarle, ni fija, ni persistentemente, para que así no podamos observar los agujeros negros que como mandamás de la luz, tiene. Curiosa y profunda reflexión. El conglomerado político cree en múltiples ocasiones que el ciudadano de a pie, no piensa, es tonto, pero en realidad lo que ocurre es que como persona inteligente puede hacerse pasar por tonto, por hartazgo ante tanta necedad existente. Lo que no es posible es que un tonto pueda ser considerado inteligente, aunque le avale un cargo de importancia.
Mientras tanto el virus de la pandemia se distrae reproduciéndose de forma exponencial. Los contagios llegan a cifras semejantes a las del inicio del periodo de alarma. Los vacunados comienzan a decepcionarse. Se han expuesto a una vacuna de rápida elaboración con complicaciones serias, aunque en escaso porcentaje, creyendo con ello conseguir volver a una vida de normalidad, pero el día a día actual le lleva más a pensar en un nuevo encierro. No hay conciencia de que somos los portadores del virus y los paseamos con arrogancia en festejos, bailes multitudinarios o manifestaciones de orgullo.
El Gobierno, que se dice, cansado, nos sorprende en las últimas horas del fin de semana con un “lavado de cara” que no va a variar la línea Frankenstein ya establecida, pero va a cambiar algunos rostros, defenestrando a otros, sin que nunca lleguemos a saber cuál es la causa por la que le han dado a estos últimos, homenaje de palabra y patada psicológica.
El español sigue su pauta de “morena insolación” da media vuelta sobre su toalla playera y se coloca en decúbito prono de espaldas a todo lo acontece. Cuando el cálido verano asome su cola, será el momento de volver nuevamente al mundo de la controversia, la mediocridad y el resentimiento. Y volverá a ser la pieza del engranaje del Estado que jamás se resiente, falla o se rebela, sino que observa con paciencia de libro sagrado, la avidez y deseos de posesión, que los partidos muestran por la “tarta del poder”. Pero hay en él una risa sardónica, oculta y apoyada en su papeleta del voto con fuerza no para cambiar el rostro de los Gobiernos, sino para mandarlos a pasar unas largas vacaciones.