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El Loco de la salina

¡Qué vergüenza!

Más que locos, somos más tontos que los que vendían arena en la playa

Publicado: 25/09/2022 ·
20:58
· Actualizado: 25/09/2022 · 20:58
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Autor

Paco Melero

Licenciado en Filología Hispánica y con un punto de locura por la Lengua Latina y su evolución hasta nuestros días.

El Loco de la salina

Tengo una pregunta que a veces me tortura: estoy loco yo o los locos son los demás. Albert Einstein

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¡Qué vergüenza que la cuna que nos parió lleve el nombre de un papafrita! Esto fue durante muchísimos años la Villa de la Real Isla de León, y por eso hoy lo que sale de nuestros labios es el nombre de La Isla. Cada vez que llega el 24 de septiembre, los locos nos subimos por las paredes y sobre todo se nos pone la cara colorá de la vergüenza que nos entra por el cuerpo, cuando le echamos un vistazo rápido a la Historia. Encima de que Fernandito VII nos traicionó, nos engañó, nos hizo la vida imposible, fue embustero, traidor, hipócrita, impresentable, chorizo y otras muchas cosas más que harían interminables estas líneas…, encima cogemos y no solo le reímos las gracias, sino que le obsequiamos poniéndole a nuestra ciudad su indigno nombre. Y todo porque terminó el asedio de Napoleón que en paz descanse, y la criatura se iba a Madrid para recuperar egoístamente una corona que no se merecía. Pero es que además hemos mantenido el nombre de San Fernando durante muchísimos años y hasta nuestros días.

Más que locos, somos más tontos que los que vendían arena en la playa. El muchacho no se conformó con colocar miles de palos en la bicicleta de la Constitución, sino que para mantener su poder absoluto pegó un chivatazo a las naciones de Europa donde todavía se mantenían las coronas absolutas para ver si le echaban un cable y se podía cargar de una vez nuestra Constitución del 12. Estaba seguro de que a los demás reyes europeos les convenía intervenir en España, porque hoy por mí y mañana por ti. Así que entró en España, como un elefante en una cacharrería, un ejército llamado los Cien Mil Hijos de San Luis. Lo arrasaron todo desde el norte hasta el sur incluidas la Isla y Cádiz. Y ya Fernandito se quedó contento, pensando en lo gilipollas que somos los del sur, además de cornudos y apaleados.

Este es el muchacho, cuyo nombre seguimos arrastrando para vergüenza propia y ajena. Un día vamos a ir los locos al registro donde se guardan los nombres y lo vamos a dejar en cuadro. Carranza era un angelito del cielo comparado con Fernandito VII, y sin embargo le han quitado su nombre al estadio. Aquí tendría que pasar lo mismo, aunque le tengamos que poner La Isla del Madariaga.  

Y ¿qué se puede hacer para cambiar el nombre de una ciudad? Pues muy fácil, lo que se puede hacer es querer.   

Los locos queremos siempre dar la poquita razón que tenemos a quien creemos que la pudiera tener. Si es el mismo diablo el que creemos que lleva razón, pues se la damos. Y, si es un arcángel venido del cielo el que creemos que no la lleva, pues no se la daremos por muy arcángel que sea. Dicho esto, y dejando tranquilos a los angelitos del cielo, reunidos los locos en asamblea magna (hartura de magnas), hemos decidido darle la razón en este caso a D. Gonzalo Arias de I.U., porque es una vergüenza que La Isla lleve el nombre de San Fernando como si aquí no hubiera pasado nada. Y han pasado muchas cosas.

De modo que habrá que esperar a que algún valiento, valienta o valiente proponga un referéndum o algo por el estilo para que nadie, cuando escuche el nombre de Fernando VII, nos asocie con este real sinvergüenza. Mientras tanto, al que pronuncie en el manicomio ese nombre y no diga La Isla, le vamos a abrir la cabeza de un silletazo a ver si le entran las ideas.

 

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