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Lo que queda del día

La desafiante certeza de las redes sociales

Si quien manda el mensaje lo hace por experimentar o por infligir un castigo a la sociedad de consumo, es algo que nunca sabremos, pero pone de manifiesto el incontrolable gobierno de cuanto se divulga por las redes sociales

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Alertaba Ignacio Camacho hace unos días acerca del pábulo que se daba desde las redes sociales a determinadas historias y argumentos que terminan siendo admitidos como reales por el impacto de su difusión, pero no porque sean reales por sí mismos. Ponía como ejemplo la divulgación de la cifra de “los 400.000 políticos que hay en España”. Cifra que, además de falsa, nadie sabe de dónde ha salido, pero que se ha instalado en las conversaciones más rutinarias con una veracidad que resulta repugnante para quien la pronuncia, como si detonase nuestras frustraciones más comunes. Normal; dices “400.000 políticos en España” y es como si te entrasen ganas de ciscarte en todo lo que se menea.

El martes, por ejemplo, recibí el sms sobre el falso secuestro de un niño en una tienda de Primark en Jerez. Me lo mandaba una amiga -y madre- angustiada, que lo había recibido de otra amiga -supongo que ésta de alguien más, y así sucesivamente dentro de una interminable cadena de desfavores-, como quien propaga un virus en forma de malas noticias. Tras leer el mensaje le advertí que no se alarmara. Era falso. Entre otras cosas, porque era el mismo texto que ya circuló hace un par de años sobre otro falso suceso en un centro comercial de Jerez: desaparece un niño pequeño y lo encuentran en los servicios públicos en compañía de una mujer rumana que lo había rapado y cambiado de ropa.

Entiendo que debe haber un punto de partida verídico para esta historia: un reservado, una mujer rumana y un niño perdido al que intentan cambiar de identidad en tiempo récord. Pero si ocurrió, no fue aquí. Al día siguiente, Primark emitía un comunicado oficial -un antídoto a la desesperada- en el que desmentía lo publicado en dichos mensajes y extendido de manera peligrosa por las redes sociales.

Si quien mandó el primer mensaje lo hizo como base de un experimento, por envidia, mera maldad o por infligir un castigo a la sociedad de consumo que menos consume de los últimos seis años, es algo que, probablemente, nunca sabremos, pero, cuando menos, vuelve a poner de manifiesto el incontrolable gobierno de cuanto se divulga a través de las redes sociales y los nuevos sistemas de comunicación.

Ya sea con tendencia al exhibicionismo -como ocurre en Facebook: una auténtica oda al voyeur más empedernido (dice Arcadi Espada que solo sirve para localizar a antiguas novias del instituto)- o al narcisismo -como pasa en Twitter (ideal para todo aquel que no tenga abuela)-, sus inventores han conseguido que de nuestras vidas discurra una versión digital alternativa que se adentra en nuestras creencias, en nuestros miedos y hasta en nuestras vidas privadas: no me extraña que de cara a una entrevista de trabajo, lo primero que haga el ofertante sea colarse en tu perfil social para investigar si te da por disfrazarte de mujer, presumir de borrachera, convocar manifestaciones, ser fan de Belén Esteban, comulgar con los discursos del PSOE o del PP, o practicar la vendetta con antiguos compañeros de trabajo por inspirarse en caballos y peinetas ajenas.

Supongo que, para quien contrata, debe ser una ventaja a la hora de anticipar los descartes, pero el proceso refleja al mismo tiempo la desafiante certidumbre que se ha instalado a nuestro alrededor bajo el influjo de lo que se divulga a través de una red, un e-mail, un sms o un whatsApp -no quiero ni imaginar de lo que habría sido capaz Orson Welles para su versión radiofónica dramatizada de La guerra de los mundos de haber contado con todos estos recursos a su alcance-.

Certezas auténticas, en cualquier caso, van quedando pocas, y se limitan al ámbito de tu almohada. Ya ni siquiera Esteban Vigo es capaz de sostener al Xerez en Segunda, los japoneses no llegan a tiempo para el inicio del Festival y hasta el PP respalda en el pleno una propuesta del PSOE contra los desahucios y otra del Foro para pedir el estatuto económico especial para Jerez. Antonio Saldaña lo ha llamado “ser coherente”, aunque también es una forma de derribar el discurso de la oposición por adelantado, como hizo Rajoy con Pérez Rubalcaba en el debate sobre el Estado de la Nación a la espera de nuevos “ataques de sinceridad” que sitúen al presidente en la inopia, territorio ampliamente conocido y explorado a ambas orillas -izquierda y derecha- de este trompicado río que convenimos en llamar España -otra certeza a la que pretenden poner coto los nacionalismos-.

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