Si no quieres caldo, toma tres tazas, pero electorales. La sombra de unos nuevos comicios es, de nuevo, alargada. Pedro Sánchez necesita transformarse en Simone Biles para hacer un triple salto con torsión y doble vuelta con el intrincado objetivo de conseguir su investidura emanada de los comicios del 10N, que siguieron a los del 28A, y estos a los del 26J, con el antecedente del 20D. Un lío morrocotudo. En manos de independentistas catalanes, quienes ya están en clave electoral ante un probable adelanto de los comicios autonómicos; con un PP, que un día ofrece un acuerdo y al siguiente todo lo contrario; con movimientos internos de veteranos socialistas, que firman manifiestos a tomo y lomo; y un Ciudadanos en refundación. Con ese panorama dantesco (quizás me paso) el presidente en funciones tendrá que hacer una pirueta nunca vista quizás desde los años de la Comaneci o los actuales de la Biles.
Quien espera, desespera, y los españoles están cansados de aguardar la constitución de un nuevo gobierno que aporte estabilidad a la patria, nación, país, estado federal, nación de naciones, iberia o como ustedes quieran llamarle. Para pactar con los republicanos catalanes, el PSOE tendrá que desplazar alguna de sus líneas rojas, pero de un rojo carmesí. A priori, el planteamiento acojona un poco. Que la gobernabilidad de España esté en manos de Junqueras, Rufián y compañía es un escenario que ni en la peor de las pesadillas. Es cierto que no es la primera vez que hemos hablado catalán en la intimidad en Moncloa, pero las circunstancias son muy distintas.
En este escenario de incertidumbre, el menos común de los sentidos nos lleva a plantearnos unas posibles terceras elecciones generales en menos de un añito. Una pesadilla, vamos. Es un escenario que nadie quiere, pero la realidad es tozuda, y los números también. El próximo martes -a tres días de conmemorar el XLI aniversario de la Constitución- se constituyen las Cortes Generales, y se elegirán las Mesas del Congreso y Senado. Entonces, sabremos con más seguridad cómo gira la ruleta de los acuerdos, más allá de la rúbrica estampada por Pablo Iglesias y Sánchez, que fue un quiero y no puedo.