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La tribuna de Viva Sevilla

El Monumento a la Tolerancia, de Chillida

Juan Marvizón, ingeniero y escritor, relata una curiosa anédocta sobre el Monumento a la Tolerancia de Eduardo Chillida

Publicado: 16/12/2019 ·
22:57
· Actualizado: 17/12/2019 · 09:10
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Viva Sevilla

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Quizás haya algún sevillano que no relacione este precioso nombre con el Monumento de Chillida que está sobre el Muelle de la Sal. Porque este Monumento, en mi modesta opinión, no tiene ninguna relación con la Tolerancia, como no sea con la que tuvieron los sevillanos permitiendo que lo pusieran allí.


Me gustan el 90% de las obras de Chillida. Lo que no me gusta es que a ésta la colocaran allí. Lo mismo hubiera estado en desacuerdo si alguien colgara el cuadro de La Venus del Espejo del sevillano Velázquez en el mejor lugar del MOMA de Nueva York. Lo peor es que contribuí con mi granito de arena a que ese Monumento esté allí. Y quiero contarlo para apaciguar mi conciencia.


Estábamos haciendo el Proyecto del Puente del Centenario de Sevilla con José Antonio Fernández Ordóñez que era un ingeniero de caminos famoso por los puentes que había hecho. Él era el Jefe de Proyecto y nosotros hacíamos el Proyecto de Detalle. Como consecuencia del trabajo compartido, José Antonio venía con frecuencia a nuestras oficinas de Madrid y en una de esas visitas decidí enseñarle un ordenador que acabábamos de adquirir y que era el último alarido de los ordenadores. Se trataba de un ordenador gráfico de la marca Integraph y tenía la gracia de admitir información sobre soporte de videos, películas, fotos y dibujos, y mezclándolos hábilmente con los cálculos numéricos habituales, salían cosas asombrosas.



José Antonio se quedó con la copla y a los pocos días volvió por mi despacho llevando en la mano una pequeña maqueta. Me dijo que era la maqueta de un monumento que le habían encargado a Chillida, que, como yo ya sabía, era íntimo amigo suyo (no lo sabía, pero le dije que por supuesto, para no quedar como un pardillo). Chillida se había dado cuenta de que aquel monumento sería observado desde cualquier punto  de un círculo mágico formado por el Puente de San Telmo, la Torre del Oro, la Maestranza, el Puente de Triana y la calle Betis, pero no sabía qué altura darle para que saliera beneficiado desde cualquier punto que lo observaran. Y nos pedía si podíamos ayudarle con nuestro ordenador superferolítico. Naturalmente le dije que sí. Gratis por supuesto. Pero no le dije que la maqueta no me gustó desde el principio.


Así que le encargué un reportaje fotográfico a un compañero de la empresa que hacía fotos muy buenas y le acompañé a hacerlas. Nos dimos un paseíto por aquel círculo mágico en una mañana de sol  y terminamos en un bar que había entonces en la calle Betis y que se llamaba “El Mero” y allí nos tomamos unas cervezas y las mejores tapas de mero empanado que se pueden soñar. Merecieron el paseo.


Lo demás fue coser y cantar y Chillida dispuso de las fotos compuestas con las que pudo elegir la altura que le pareció mejor.


El día de la inauguración yo estaba entre los invitados y cuando vi el monumento en tamaño natural, allí en el Muelle de la Sal, me pareció… un pecado. Pero el Monumento tuvo un gran éxito de público y prensa, por lo que tuve que reconocer que el cateto incapaz de apreciar aquella pieza de arte abstracto era yo. Lo cual me dejó muy triste.


A los pocos días, José Antonio vino por mi despacho para recoger la maqueta y yo la tenía ya preparada sobre mi mesa. Me dijo que Chillida estaba muy satisfecho de la ayuda prestada y que quería hacerme un regalo personal. “Está pensando en un pergamino o algo así”, me dijo. Y yo le contesté que lo que me gustaría era quedarme con la maqueta, de recuerdo.


¡Para qué se lo dije! Se levantó como si le empujara un resorte, agarró la maqueta como si temiera que yo se la disputara a puñetazos, y me dijo: “Eso es demasiado, Juan”. Y se marchó indignado y con la maqueta.


Todavía hoy no sé qué torpeza cometí, porque yo lo hice con mi mejor intención y con admiración y cariño.


Y no solamente se indignó él sino que debió contagiar a Chillida, porque nunca me regaló ni un pergamino ni nada.


Pero aquel incidente no consiguió hacerme cambiar de opinión sobre el Monumento. Al contrario, ¡le tomé ojeriza!. 

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