El verano en Andalucía se nos presenta, como siempre, sin fronteras. Una época en la que tenemos que vivir preparados para la invasión castellana gracias a la que, sin duda, una buena porción de los nuestros vive el resto del año. Andalucía y sus hoteles, chiringuitos, bares, restaurantes… abren sus puertas, este año más que nunca, al turismo nacional A los acentos que se nos hacen más difíciles de entender, en ocasiones, que los de los guiris. Es el tiempo de olvidarnos del calor, los malos ratos, las molestias o las penas y poner la mejor cara, incluso al que nos trata como a una estatua de Junípero Serra.
La solana que pega en estos días en Sevilla, en Córdoba o en Jaén tienen poco consuelo. El caloret del interior andaluz se debe parecer mucho a la sensación de ser tostada en el buffet libre del hotel de costa. Algo duro, casi incompatible con la vida. Joder, la que pegaba en Sevilla el domingo era chica y eso que no llegábamos a los 40 grados.
Las provincias costeras más o menos pueden llorar con un ojo, quieras que no, los malagueños tenemos la salida al mar cuesta abajo, como el que cae rodando y se da de bruces con ese litoral fortificado entre sombrillas y cenadores que deberían pedir licencia de obra, de cocina y de primera ocupación para desarrollar su actividad principal.
Nos queda un verano que o puebla nuestros hoteles e infraestructuras de españolitos que quieran mantener el negocio patrio o nos vamos al carajo con todo el equipo. Andalucía necesita de la gasolina que dé vida al motor, porque los que no vivimos del turismo no tenemos capacidad suficiente como para sostener una economía tocada de muerte (la española, no sólo la andaluza).
Llenemos, los que podamos, nuestro sector terciario, que si queremos revitalizar la economía andaluza e industrializarla en condiciones no es conveniente un shock económico de grandes dimensiones. Con mesura, con medidas de seguridad, con responsabilidad y con cabeza, pensemos en el vecino del bar de abajo, del hotel de la provincia limítrofe y en el restaurante aquel al que fuimos en Bollullos a comer gambas.
El calor es el mismo de todos los años, pero con las calles vacías se nos hace mucho más cuesta arriba, más difícil, menos andaluz… incluso con el acento ese complicado de los castellanos que tanto se ríen cuando abrimos la boca. “¿Tú eres andaluz? Cuéntame un chiste”. El chiste suele ser la estupidez del castellano que pretende utilizarnos como bufón. Gracias a Dios no son mayoría. Pero son. Sin fronteras, siempre, pero a veces las mentales las levantan los visitantes.