El domingo se celebraba, organizado por Cáritas y con la colaboración de diversas instituciones, el Día de los Sin Techo...
El domingo se celebraba, organizado por Cáritas y con la colaboración de diversas instituciones, el Día de los Sin Techo. En estos tiempos de crisis, en los que no hace falta acercase a la Iglesia -o a cualquier ONG- para saber que los comedores sociales y las listas del paro se van engrosando como si se tratase de un movimiento natural, Cáritas ha hecho una campaña muy explícita respecto a todo aquello que pierde aquél que tiene la desgracia de quedarse sin hogar y que, sin un ambiente familiar que lo acoja, termina con sus huesos en cualquier esquina. Eso que se puede intuir, pero en lo que nunca se repara cuando lo único que vemos es el rostro y las ropas envejecidas de quien no tiene el agua corriente a mano en su cuarto de baño, lo ha sacado a relucir la institución en esta campaña, sabedora de que aquello que nos da el estado de bienestar y de lo que disfrutamos con naturalidad en la calidez de la morada más sencilla se convierte en inalcanzable para el que no tiene cuatro paredes.
Y es que quedarse sin hogar -creo que ya ha sido tema de estas líneas antes hablar de ese espacio como prolongación de uno mismo- supone demasiados sines. Y aunque no me gusta la demagogia, recuerda Cáritas que significa quedarse sin interruptores que hagan un poco de luz a nuestro alrededor al caer la tarde, sin la seguridad física o la privacidad que transmite una puerta cerrada, sin el calor de una cama en condiciones, y sin la posibilidad de cuidar la salud propia o de los nuestros. Sin la comodidad de un sofá, por malo o viejo que esté, en el que sentarse un rato al final del día, sin una alimentación adecuada, porque no hay dónde calentarse un triste vaso de leche, sin estanterías donde colocar un libro que nos apasione o nos forme o la foto de un ser querido, y sin la estabilidad que da una vivienda, por más desordenada que queramos vivir nuestra vida.