Antonio Hernández, el poeta arcense de la versatilidad y la hondura poética, aquel adolescente guapo que iba a su aire de “presunto conflictivo” junto a sus amigos del grupo literario Liza y se dio a conocer con un libro ‘El mar es una tarde con campanas’, que él mismo califica de “deslumbrantemente cándido”, encontró su manera de alimentar el alma en esa eternidad menor que llamamos poesía, en aquellos años sesenta del siglo XX.
El maestro Julio Mariscal ya lo vio venir cuando escribía con el asombro de quien está oyendo su propio yo interior como lo denominan algunos, su conciencia como llaman otros y en definitiva esa alma etérea que no todos escuchan con la atención del poeta.
Después de muchos exilios, de mucho andar por los caminos complejos de la literatura, cultivando el periodismo, la novela, la crítica literaria, el ensayo y siempre la poesía, después de muchos reconocimientos públicos e importantes y prestigiosos premios, el último o penúltimo ha sido el Premio Nacional de Poesía, el poeta sigue en la brecha poniendo color a las palabras con la luz de sus pensamientos.
En dos ocasiones ha recibido el ‘Premio de la Crítica de Poesía’, el ‘Andalucía de Novela’, el gran Premio del ‘Círculo de Bellas Artes’, el ‘Rafael Alberti’, ‘Gil de Biedma’, ‘Miguel Hernández’, etc...
Ha sido reconocido con la medalla de oro de Andalucía a toda su trayectoria, con el Premio de las letras andaluzas ‘Elio Antonio de Nebrija’ también a la totalidad de su obra por citar solo dos de los múltiples reconocimientos y como decía, Antonio Hernández sigue sin desfallecer, literariamente fecundo, maduro, clarividente y sabio en conocimientos y experiencias que tienen su espejo en su obra reciente.
Verdaderamente conmovedor es su libro ‘Nueva York después de muerto’, dos veces premiado y repleto de guiños literarios de quien definitivamente se ha erigido como un maestro de la poesía total.
A mi, que me cautivaron sus primeros libros y he ido siguiendo su trayectoria con interés, leyendo cuanto ha ido publicando y compartiendo como amiga no pocas experiencias vitales, leo con casi devoción el libro que hoy presentamos, ‘Viento variable’, y me gusta la entera libertad con la que el poeta, siempre libre de corsés, planea en círculo como un ave del paraíso poético por las ondas concéntricas del tiempo, por el pasado, cuando la edad no hacía testamento, por el presente cuando los días han podado los excesos y frenado la ansiedad, por sus compañeros de camino, por los grandes poetas que han sido sus maestros, por el amor y la muerte, por la amortiguada rebeldía de quien observa sin conformarse ante las desigualdades, con la ironía de los que piensan demasiado y la ternura de un corazón poblado de recuerdos.
Pero quiero ir mas despacio urgando sus versos, estos versos que aparentan ser piezas sueltas pero que vertebran un sutil hilo emocional, de geografía lírica que contrapone a veces estados de ánimo, a veces pura filosofía, a veces machadianos giros como el del poema Silencio: “No, al revés, al revés:/ La vida es el barbecho de la Muerte,/ me susurró la cicatera mágica...”
Decía Laurence Durrell en su poético ‘Cuarteto de Alejandría’ que él no escribía para aquellos que jamás se han preguntado en qué punto comienza la vida real, y es que el tiempo, “esa dolencia de la psique humana” tiene una naturaleza mutable, una calidad de viento variable que nos permite entrar repetidas veces en las sombras del recuerdo, en el pasado mas remoto con miradas diferentes.
“ El mundo es ancho y ajeno” dice Antonio Hernández en un verso, pero él camina con su sombra pegada al cuerpo, con su memoria honda como un cielo y va dejando caer poemas cotidianos, familiares, de su vida en Madrid, del parque del Retiro, de las calles por donde suele transitar, del paisaje humano que lo conmueve, del estanque o los árboles, de la belleza y la fealdad, porque las espinas también forman parte del parque, y entre Cádiz y Madrid, en la soledad que lo contempla como mira tus ojos un espejo, él encuentra la cara y la cruz de una moneda circular como la vida, circular y esquiva, hecha de retazos de tiempo presente y de mucha nostalgia por la pureza con que la memoria nos devuelve la infancia perdida.
Por esa razón pide asilo a los sueños y dice: “acostumbrado a su riqueza, pido se me apruebe la facultad de esconderme en mi infancia. Cuando quise quitarme de enmedio me encontró en ella sólo la pureza”.
Hay mucho de biografía en éste libro de poemas, muchos recuerdos de la fonda de su abuelo, una cierta nostalgia por las palabras que suenan a su pueblo y a su niñez, un fragmento en prosa poética de un infinita ternura que titula ‘Mi primo Pepito El Rana’ que será mejor que leáis con atención, algunos poemas donde la muerte enciende su antorcha de amargura y como no ,esos paraísos perennes:
“Cuando me quedo solo pienso que mis paraísos imperdibles son mi madre repartiendo la merienda mi padre regresando por la noche del trabajo con su achacoso taxi...”; paraísos escogidos por el poeta por ser puros, su hermano Marcelino, sus hijos, sus nietos, sus maestros, su pueblo, sus amigos y a todas esas eternidades se abraza el poeta para llenarlas del sol de la poesía.
Hay poemas que son una lucha ancestral del hombre que duda inmerso en una cultura de dioses, poemas en el que irrumpe la filosofía como arma para creer y la naturaleza como oración para sentirse vivo:
“ Benditos sean los pájaros que cantan...” dice, poemas en los que el paso del tiempo hace mella en su tristeza de hombre que se ve perdido en la nebulosa del tiempo que pasa por su cuerpo y no por su espíritu.
Algunas veces hace recuento de su vida con un dejo de ironía como en su poema Tautología, escribe sobre la efímera gloria de los premios, sobre las cosas “que tienen su patria en el olvido”, se burla de sí mismo imaginando su muerte y las insidias del sueño, entre la razón y el corazón, entre la muerte y el tiempo está la observación extasiada que despega del mundo su corazón hacia la altura..
No le falta al libro su testimonio de solidaridad con los desheredados, con el sufrimiento ajeno:
“Nadie lo mira al echar la limosna en la gorrilla,como si hiciera daño a la conciencia su aspecto de Ecce Homo en desperdicio,nadie ha denunciado a quienes rigen el negocio oscuro...”, dice en su poema ‘Trata de tullidos’, o en su microrrelato, o en el titulado ‘Brigada de trabajo’, en todos ellos hay un sentimiento que amplía el yo poético al nosotros que testimonia la injusticia.
También está presente la música, la de los remotos tambores africanos, la del flamenco, la música errante y la música callada, el llanto de cantar que distrae el hambre del corazón.
La última parte de ‘Viento Variable’ está dedicada a homenajear a sus grandes maestros, Luís Rosales, César Vallejo, Federico García Lorca o Miguel Hernández. Homenaje sincero y emotivo de un escritor que arriesga en cada libro, que debate consigo mismo sosteniendo la dorada aureola del recuerdo y los estragos del tiempo, el miedo y los desengaños frente a los ojos limpios de su nieto, su gracia vitalista, su largo aliento meditativo, la dimensión social, la casa de fieras como metáfora del mundo y “todo ello en una encrucijada de géneros, en el mestizaje de lenguajes y registros que se mueven entre un prosaísmo deliberado o el tono coloquial y la ambición expresiva” como dijera Santos Dominguez en una acertada crítica a éste libro.
‘Viento variable’ es un libro de poemas que recuerda a todos sus libros, es una poesía tan alta como profunda, tan oportuna como sugerente, en él se condensa todo lo que el poeta ha escrito en sus anteriores libros o dicho con sus propias palabras : “La poesía,como sostén de todo lo dicho, y la literatura se funden”.
En éste río polifónico está el mejor Antonio Hernández, no dejen de leerlo.