Puede resultar paradójico, incluso contradictorio, pero nunca como hasta ahora se había hablado tanto de cocina, y sin embargo nunca como hasta ahora en los hogares españoles se ha cocinado tan poco. Así lo cree Jesús Contreras, director del Observatorio de la Alimentación.
Y es que, según las estadísticas que maneja Contreras, en cada hogar español se cocina a la semana una media de tres horas menos que hace apenas dos o tres décadas.
“Tenemos las estanterías de casa repletas de libros de recetas, las cocinas equipadas a la última, podemos aprender a cocinar los platos más exóticos y exquisitos...pero la realidad es que cada día nuestros fogones están menos tiempo encendidos”, destaca Jesús Contreras, catedrático de Antropología Social en la Universidad de Barcelona, en una entrevista con Efe.
Existe una explicación. “Nuestra forma de alimentarnos –dice– se parece un poco a esa esquizofrenia del doctor Jekyll y mister Hyde. De lunes a viernes somos currantes, trabajadores, comemos cualquier cosa y en cualquier sitio, pero el viernes por la noche nos transformamos y buscamos identidad, producto, comunión...”.
“El domingo por la noche –continúa– volvemos a tomar el brebaje que nos devuelve al personaje del doctor Jekyll. Pero nuestra alimentación –aclara– no es una esquizofrenia de dos personalidades, sino de múltiples”.
La alimentación contemporánea “se ha diversificado mucho, la vivimos emocionalmente de forma diferente como de forma diferente la resolvemos cotidianamente”, insiste Jesús Contreras, para quien “somos lo que comemos” pero también “comemos como vivimos”.
Habla de globalización, de homogeneización alimentaria –“cada vez comemos más parecido en diferentes lugares del mundo, por alejados que estén”–, y cree que por ello ya no tienen sentido las palabras atribuidas al escritor catalán Josep Plá: “La cocina de un país –decía– es su paisaje puesto en una cazuela”.
Ahora, “la cocina de un país es su supermercado puesto en una cazuela”. Y los supermercados de cualquier país “cada vez se parecen más, venden lo mismo”, recalca Contreras.
El presidente del Observatorio de la Alimentación, un equipo de investigación multidisciplinar y universitario que estudia los comportamientos alimentarios, desde una perspectiva histórica, social, económica y cultural, sostiene que en las últimas décadas han tenido lugar dos procesos distintos que han influido muy directamente en las prácticas alimentarias.
Por un lado, la ruptura en el aprendizaje culinario –las hijas ya no aprenden a cocinar con sus madres–, y por otro, una muy compleja industrialización y tecnificación de la alimentación, lo que afectó “profundamente”, insiste, a la doble función identitaria de la cocina. “Identificación de los alimentos e identidad de las personas a través de lo que comen”, aclara.
“El comensal contemporáneo –continúa– come de modo diferente según las circunstancias, no se comporta siempre de la misma manera y tiene referencias alimentarias muy diversas. Ya no es clasificable dentro de un sólo modelo alimentario”.
Así, sus comidas “cambian de contenidos, de lógicas y de significado según las horas, los lugares, los contextos, los sentimientos...Tan pronto sigue un régimen como lo abandona; tan pronto da valor a la tradición de un territorio como busca la novedad; tan pronto se toma su tiempo para degustar como busca alimentarse deprisa y corriendo; tan pronto le apetece comer solo como desea hacerlo acompañado”.
Jesús Contreras se refiere a la nostalgia como “motor de la innovación alimentaria y de nuestras emociones alimentarias” –las recetas de la abuela–, pero “no tenemos nostalgia en relación a otros comportamientos”, advierte.
“Podemos añorar un plato de lentejas pero nadie se acuerda, por ejemplo, de cómo estaban equipados nuestros hogares hace cuarenta años, sin calefacción, sin aire acondicionado...”.