No sé si esta historia la he vivido o la he soñado, pero hace tiempo que me conmueve… y quiero creerla, y, sin necesidad de discernir si lo que hay en ella es realidad o fantasía, la recojo con el deseo de que el tiempo se disuelva en este viaje donde la pureza y la esperanza compartan camino, porque, como verán, es innegable que, en este universo, el hoy y el ayer se abrazan, convirtiéndose en un lugar de peregrinaje hacia lo esencial.
Y es que cuentan que, respetando unos terrenos de Itálica en los que Trajano acrecentó su fama, construyeron esta barbería que ahora nos llena la imaginación de fazañas e historias, de poemas y cantes, de brindis y risas, todo desde que ―así lo refleja el azulejo que en la fachada lo inmortaliza― el primer billete que recaudó aquel barbero perteneció a don Miguel de Cervantes, cuando, empezando a coger nombre el negocio, pidió cita en la consulta para repasar su barba al tiempo que agudizaba la jerga de su
Rinconete y Cortadillo.
Dio fama aquel hecho y el discurrir de gentes de toda índole no ha cesado desde entonces, y así cuentan que Luis Candelas regaló el trabuco que, aún hoy, hermosea sus paredes, en agradecimiento al servicio que, convertida la trastienda en refugio, recibió un día. Cundió la noticia entre los vecinos del barrio, y fueron algunos flamencos quienes consiguieron que la historia perviviera, y símbolo de aquel hecho quedan el búcaro y la guitarra, curtida en el polvo del camino, que en el sillón de enea del establecimiento descansa para sonar hoy copla, mañana sevillana.
De los cantaores, la historia saltó a los hombres de oro, y es así que, cuando llega la feria, nuestro barbero se ve obligado a cerrar, y no porque parta surcando los mares hacia el descanso en el mar Egeo, sino porque son los toreros los que, año tras año, en un rito heredado, peinan sus coletas y apuran sus patillas la mañana en la que han de rendir cuenta ante la sangre de los toros, y lo sabemos porque Juan Belmonte, en agradecimiento, regaló la cerámica que preside la sala.
Y si hace tiempo me contaron que, en Semana Santa, desde Pilatos hasta Rafael, desde Simón de Cirene hasta los niños de la Borriquilla no salen a la calle sin la visita a la barbería, hace unos días pude ver que el Cuerpo Real de los Reyes Magos de Oriente era clientela de lujo en esta casa, casa cuyas manos cumplen con el oficio artesano de parar el tiempo y rememorar el valor de lo clásico. Ay, que ya lo escribía Manuel: “todo es de color…”