El tiempo en: Almuñécar

Creyendo y creando

Aquel cumpleaños

En esta mañana casi de primavera, regresa a mi mente aquella fiesta de cumpleaños

  • Aquel cumpleaños. -

En esta mañana casi de primavera, regresa a mi mente aquella fiesta de cumpleaños a la que me llevó el azar hace algunas semanas. Sucedía que un veterano paisano, honrado señor, cabal en su oficio, amigo de sus amigos, alcanzaba los ochenta años. Camaradas, compañeros de trabajo y familia conformaban la cuidada convocatoria; ni faltaba ni sobraba nadie para acompañarle en el convite. 

El lugar de encuentro, una vieja venta capaz de detener el tiempo. De ella, hablaban sus paredes: recuerdos de Curro, los Vázquez, Muñoz, estampas de Rafaelito Torres, Chicuelo, los Peralta, Rafael Astola… Toreros, cantaores y empresarios de la farándula habían dejado sus firmas en cuadros que recordaban una primera visita. Cabezas de toros, divisas, rehiletes… 

Servían la ceremonia, tras una larga barra de madera que hacía de burladero, camareros expertos en lidiar la bravura de aquellos hombres de antes. Con clasicismo y sin hacer ruido, mostraban maestría pareando cervezas y manzanillas, bandejas de frituras e ibéricos, carnes a la brasa y postres de la casa.

El caso es que llegué a presenciar solamente el último tercio de la faena. Entonces, con casi todo servido, mas con mucho por rememorar, los invitados empezaban a loar las gracias y favores del homenajeado. Se sucedían recuerdos con treinta, cuarenta, cincuenta años en el carné de identidad. Aquella conversación, aquella mano tendida, aquella cena que acabó al tercer aviso, aquel almuerzo que cerraba el trato…

Cada uno con sus armas, los presentes fueron desfilando ante el micrófono que permitía el encuentro de la palabra, el hombre y su camino. Tampoco faltó el baile, espontáneo como un molinete, ni el cante, profundo como una letra de Toronjo. Ni faltó el niño, ni el poeta, ni el abrazo del amigo.

Querían ser, y eran, otros tiempos ante mis ojos. Evocación sincera de valores, compañerismo, profesionalidad y amistad que encumbraban a aquel hombre, lleno de experiencias, como ejemplo de auténtico maestro. Cariñoso y medido su gesto, también aquel día, mostraba el valor de la prudencia, la necesidad de la discreción, la siembra del respeto. 

Se me quedó grabado en el corazón este resguardo que ahora comparto emocionado. Tanta verdad que emanaba en aquella sobremesa que pude contemplar es ahora un anhelo. Tiene mala memoria la educación, pero, cuando se manifiesta, suele recordarnos que casi cualquier tiempo pasado tuvo una convivencia mejor.

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