Ante nosotros está lo que tocamos, lo que nuestros sentidos pueden oler, oír, gustar y saborear, aquello que nos deleita si somos capaces de mirar con atención, de observar lo que sucede y que forma parte del espectáculo de lo cotidiano. Sin embargo hay cosas que guardamos en nuestro interior y no las percibimos con nuestros sentidos, pero las sentimos con su música, su ritmo y su compás.
Entre nuestro interior y el exterior hay una conexión, aunque en ocasiones pensemos que no, y entre descontentos y desconciertos, diferencias y distancias, realidades y proyectos, vamos encontrando las piezas claves que le dan sentido a nuestras vidas.
Nos podemos sentir seguros en nuestro interior y no proyectarlo en el exterior, recuperar el pulso y no escudarnos en ambigüedades, sin preponderancia ni subordinación, entre las lagrimas de una guerra y las alegrías de la paz.
Sabiendo donde están nuestras necesidades, nos resultará más fácil encontrar las soluciones y estaremos a altura de las circunstancias, si sabemos cuando hemos de ser actores y cuando espectadores, además de tener paciencia cuando las cosas tardan en resolverse.
Si lo que experimentamos en nuestro interior se corresponde con lo que vemos en el exterior, nos sentimos a gusto como protagonistas de nuestras historias y contemplamos el vaso de nuestras ilusiones medio lleno y el de las decepciones medio vacío.
Entre misterios y enigmas, podemos mirar hacia el horizonte sin orejeras o quedarnos impasibles y anclados en el pasado, y construiremos una historia peculiar que podía haber ocurrido en cualquier parte, en las que aparezcan vínculos rotos y huidas desesperadas.
Ni errantes en el exterior ni sedentarios en nuestro interior, y cuando no encontramos la clave para descifrar el laberinto, es que está dentro de nosotros . Todos con una mínima sensatez, hemos de admitir que corren tiempos difíciles y complicados, que más que nunca los gobiernos de turno han de afinar para eliminar aquello que consideren superfluo y priorizar lo que opinen que es esencial y fundamental.
Debemos poner el alma en lo que hacemos y en este circo en el que nos encontramos, forjar ideas que produzcan energía, marcando distancia con las decisiones inquietantes o buscar amparo en refugios desconocidos, cayendo en la sobreactuación y desatar el pánico.
Encontrando el equilibrio entre nuestro interior y el exterior, nos movemos entre jaleos y revuelos, alharacas y escándalos, prioridades y preferencias, las palabras no son rehenes ni siervas de ningún amo, son libres, y no hay quien se adueñe de ellas, aunque en ocasiones quieran manipularlas.
Mirando a los otros, aprenderemos de nosotros mismos, mientras que si buscamos discrepancias sembraremos un campo de conflictos. Hemos de saber descifrar las claves entre lo prescindible y lo indispensable, para que no salten chispas y se produzcan fuegos.
Por muy sitiados que estemos por la mediocridad, nunca es demasiado tarde para soñar y no hay soluciones mágicas e inmediatas, y entre la vulnerabilidad y la resilencia, hay rutas secretas, circunstancias cambiantes que debemos aprovechar.
Tengamos cuidado y seamos cautos, porque los populismos calan con su lenguaje visceral y sin normas ni limites, ni abriremos caminos de diálogo ni llegaremos a acuerdos.