La Navidad comienza a consumirse. El punto de inflexión de la felicidad que siempre intenta conseguir, comienza su descenso, por un plano inclinado cuyo ángulo vital se irá declinando hasta llevarnos a la horizontalidad, el suelo de nuestra vida cotidiana, donde la jauría humana nuevamente recupera su trono cedido en estos días, galante o interesadamente a unos festejos que cambian pancartas por luces artificiales, algarabías y enfrentamientos, por ilusiones y canciones con un gran poso de ternura, porque - emulando al gran poeta Rafael Duarte - nuestra vida también tiene un portal y algunas esquinas de cal donde el amor siempre encontrará cobijo.
Llena de superficialidades como una bahía saturada de barcas, estas fiestas nos deben enseñar a elegir, sin el riesgo de equivocarnos, cuál de estas embarcaciones será capaz de llevarnos al soñado horizonte del amor y sobre todo cuáles de ellas, serán capaces de acudir en nuestra ayuda, cuando la inmersión se hace difícil o imposible en este mar de barro y viento que es nuestra existencia. A la familia tradicional española, padre, madre e hijos, con abuelos y nietos adhesionados, por primera vez y por ley, cuyo anteproyecto se ha aprobado este mismo mes, le han salido hasta 16 competidores, que alentados por la relatividad progresista actual y los idealismos de barra, plaza e interés por el poder, le están reduciendo cada vez más su cerco de extensión y lo que es más arduo, su carácter matrimonial y sacramental a cambio de ser solamente y a secas “parejas de hecho”. De este nuevo grupo de familias en donde están desde la monomarental o monoparental a la homomarental u homoparental, llama la atención como se ha modificado con ridículas metáforas o dilapidadas frases, hoy al uso, el nombre de “familia numerosa” que ha pasado a ser “familia con mayores necesidades de apoyo a la crianza”, en un intento de dejar la pizarra de nuestra historia anterior, sin fondo gráfico mediante el borrador del poder. Subvenciones y bonos avalan la competencia. Legalidad y legitimidad están presentes en todas las formas de definición familiar.
Vivimos ahora tiempos de fiestas. Las fiestas vienen definidas por el nacimiento del Hijo de Dios. La familia biparental, tradicional y cristiana tiene mucho que decir y hacer en este sentido, donde el ejemplo es el eje del equilibrio que hay que soportar y sostener. Llega la hora de pensar en cuál es la causa del declive de la misma.
Los tiempos como los pequeños de la casa, nunca están quietos. Siempre en movimiento y progresando hacia nuevas formas de vida. La adaptación es la mejor respuesta a estos cambios y hay que realizarla sin perder carácter, y sin que cedan ninguna de sus raíces, si no quiere la familia a la que nos referimos, que el enorme árbol que llega a ser, con ramas unidas por hilos sanguíneos o dependientes de uniones conyugales venga a caer al indiferente asfalto, donde el respeto se diluye o al caudal de un río que nos arrastrará por valles y barrancas, demostrando lo engañoso de su solidez. El amor y la amistad no tienen su base en el hecho de tener que ser inseparables, sino de estar separado y que nada cambie, pero esto si no va unido al vocablo “verdadero” no tiene credibilidad. En Navidad todos queremos tener una familia y un hogar donde reunirnos o al menos la posibilidad de encontrarnos o mantener un contacto telefónico. Es la superficialidad criticable y a veces despreciable, que encontramos en los contrarios a este tipo de unión parental y sacramental, totalmente razonable en un porcentaje bastante elevados de casos, porque si bien una distancia enorme y forzada por los avatares de la vida exime de todo distanciamiento afectivo, sin embargo hay familiares de una misma ciudad y separados por escasos metros, que no tienen ningún contacto a lo largo de todo el año. Otros que ni siquiera conocen sus domicilios respectivos y los más, lo que están separados por disputas arbitrarias o lo que es peor por odios y resentimientos, donde los complejos de inferioridad o culpabilidad o la soberbia de los cargos conseguidos o el enriquecimiento alcanzado, son muros de contención imposibles de superar y que el musgo humedecido por la nostalgia de las fiestas, intenta unir, sin firmeza. A veces los hechos destacados de un componente familiar se miran con ojos de búho y los fracasos con mirada de gato garduño. La Navidad tiene un sinónimo más necesario, aunque no mas sublime que el del amor, en la humildad. Actitud siempre virtuosa a los ojos del Dios de la efeméride que vivimos, sintiendo plena conciencia de que debemos seguir sus enseñanzas, ya que él nos ha concedido la existencia y olvidando nuestra tendencia a la ostentación, a la vanagloria y a la jactancia fuente de la se nutre el odio que llega a separarnos. Pasaran las fiestas la noche envejecerá y tras despedirla aparecerá un nuevo año. Nos diluiremos en la monotonía de la vida diaria.
El amor, tendrá en el desamor su oponente mas altanero e indomable. Se utilizarán las armas del olvido, la separación y el divorcio y la relación familiar y de amistad. O se propone la familia si quiere ser tradicional y cristiana, tener presente los principios evangélicos, tal como esta navidad quiere indicar, o pasará a parecerse a aquellos bufones, con los que la Corte reía, pero nadie les daba el calificativo de ser humano. Los oponentes no son los demás tipos de unión, están en su misma conciencia. No se pierde la esperanza de su recuperación. “El portal y la esquina de cal” siguen ofreciéndose incondicionalmente. Pero hay también el presentimiento de que comienza a ser algo tarde.
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