Ilusión e hipocresía

Publicado: 08/01/2023
Autor

José Chamorro López

José Chamorro López es un médico especialista en Medicina Interna radicado en San Fernando

Desde la Bahía

El blog Desde la Bahía trata todo tipo de temas de actualidad desde una óptica humanista

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El siglo XXI cuyo primer cuarto está próximo a cumplirse nos ha nacido con una piqueta bajo el brazo
Quizás no sea muy acertada la comparación, pero es didáctica. La educación es un ave voladora sobre las ramas del árbol donde estaba depositado el nido que la vio nacer. Esa fue su cuna, el lugar donde sus padres le dieron vida y sustento, y le enseñaron el vuelo libre a su “imagen y semejanza”.  Al cañón de la escopeta no le interesa la belleza del ave, sino la posesión de su cuerpo, a veces conseguido con trampas muy diversas.

Es el destino reservado, sobre todo en los dos últimos siglos, a este emparejamiento - educación y ave de caza - que son a su vez vida y víctimas muy codiciadas de la bala y la ley con su cuña de adoctrinamiento. La ilusión nunca es engaño si se consigue el hecho ilusionado. El día seis de enero un río con incalculable caudal de ilusión, se hace cierto en el enorme delta de la alegría infantil, al que espera un mar de gritos de sorpresa, sonidos del gozoso desgarro del papel y cartón, dilatadas retinas al observar el objeto con el que soñaban.

Los regalos que se reciben durante el año, bien al cumplir edad o celebrar la onomástica, no inciden tanto en el alma de los pequeños, como los recibido en el “Día de Reyes”. La inocencia, plena de sencillez y todavía sin macula social que la deteriore, da lugar a que en estas edades iniciales se sienta una seducción especial por esos “reyes magos”, que solo conocen en sus altos podios de las cabalgatas y que aprovechan la nocturnidad más sublime, para dejarles unos regalos, mientras el sueño les tiene atrapado. Comparados con los demás obsequios de otros días festivos, estos llevan aparejados el abstracto concepto de la ilusión de conseguir aquello que han pedido y no lo que otros hayan decidido ofrecer. Es un sueño del que no se debe despertar al pequeño, porque no hay obligación que lo precise y que sea él, plácidamente, el que abra los ojos a la verdadera luz, pero no a una mayor felicidad. La ilusión como la convexa cuerda del arco no deben romperse para que flecha y diana, sueños y realidad puedan abrazarse y acabe dejándonos como la gota de agua sobre la dura roca, una huella perenne en nuestra vida adulta. Es la fuerza contagiante del candor infantil.

El siglo XXI cuyo primer cuarto está próximo a cumplirse nos ha nacido con una piqueta bajo el brazo. Destruir es la norma. Se está haciendo con las creencias, con el derecho a la vida, con el falso criterio de la muerte digna, con el deseo de romper el fiel de la equilibrada balanza de la justicia, con una interpretación de la historia y su memoria que nos quiere tener con la cabeza “gacha” y de rodillas pidiendo perdón por haber abierto los ojos a la humanidad hacia un nuevo mundo, con monumentos, pedestales y rótulos callejeros, con mausoleos y tumbas de personas a las que debía de vencerles no la actualidad, sino el olvido, con la enseñanza religiosa y con la educación en general que ha vivido casi una decena de cambios -y los que te rondaré morena - donde la trashumancia se ha impuesto a una vida bien arraigada a una norma duradera. 

Todavía y a estas alturas de los conocimientos y progresos conseguidos, no nos hemos dado cuenta que el cuerpo es solo envoltura de un anima que es nuestra vida, la terrenal y la que luego exista, siendo absurdo considerar una victoria la realización de una exhumaciones. Los órganos no tienen inteligencia, ni reflexión y le da igual a una persona que lo necesita para seguir viviendo, que le trasplanten el órgano de un asesino, de un noble o de una persona de santidad reconocida. No le va a variar su personalidad, su modo de ser y actuar. La fosa común o el mausoleo son distinciones sociales, indiferentes al esqueleto humano. La incongruencia existente hace que no se comprenda la efusividad de estos acontecimientos religiosos, con la anulación a que luego se somete el estudio en las aulas de sus doctrinas, aunque todo hace pensar, que la acumulación de masa humana que acude a estas celebraciones, haría que los poderes gobernantes, si suprimieran estas efemérides, vieran tambalearse el montante de votos que los sostiene. Estamos hartos de la estética de la hipocresía. Y un largo etcétera.

Ya no valen comentarios absurdos sobre la veracidad o la fábula de los hechos que estas pasadas fiestas recuerdan. Jesús nació, en pesebre o no, a la luz o bajo techo, rodeado o no de animales, fue venerado por pastores y por estos magos/reyes que ilusionan a los niños y cuyo número quedó en tres, aunque pudieron ser más. Lo único verdadero es en Belén nació el que desde entonces ha sido el hijo de Dios. Ningún poder público puede soslayar estos hechos de tan alta tradición cristiana en su ley educacional. Se hace porque este siglo ha llegado a esta situación, como aquel torero que fue gobernador civil, degenerando, señor, degenerando.

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