Desgraciadamente y a pesar de encontrarnos inmersos en un siglo de enormes avances técnicos, no conseguimos liberarnos de charlatanes de barra y plaza, adivinos, propietarios de nuestro futuro escondidos en sus barajas de cartas, intrusos y manipuladores de memoria, historia y tradiciones. La palabra misterio sigue teniendo su total vigencia y su protagonismo universal. Es hora de que empecemos a considerar que el misterio no es algo oculto, sobrenatural, imposible de comprender con las solas fuerzas de la razón y dejar de creer que la llave de la puerta de entrada al secretismo solo la tiene algún vidente, iluminado o pitonisa con poder para adivinar todo lo venidero que le puede ocurrir a cualquier persona. Es por esto el siglo XXI, también, el siglo de la ignorancia y la mediocridad.
Las cosas y hechos desconocidos precisan estudio y dedicación para llegar a su claro conocimiento después de periodos de tiempo de mayor o menor cuantía. El misterio es la larga espera que el mineral oculto precisa para alcanzar la luz. El milagro es la conservación de su brillo. Su alegría, darse a conocer. Su vida el ser útil. Sin estas consideraciones milagro y misterio sufren el detrimento de su falsa aceptación y de la utilización fraudulenta.
La fe es el puente que une al pueblo cruzado por un río enormemente caudaloso. Sirve de acceso a toda persona, sin distinción jerárquica o de funcionalidad. Destruirlo siempre va unido al eco de la desgracia. Conservarlo es poder evitar siempre la arrolladora y destructible fuerza de la corriente. No hay misterio, ni milagro, solo cimientos y unión. El cruzarlo, no hace preciso conocer al que lo construyó, pero si demuestra que no fue construido al azar, sino por mano, que la ignorancia ha llevado al anonimato.
El viejo, olvidado e inútil “papel de calcar” fue en su época dorada objeto seguro para conseguir la dualidad en todos los escritos. El poder realizar copias de calidad fue un gran salto en el progreso, que evitaba tener que recurrir al manuscrito repetido, que ocupaba tiempo y lugar preciso para otros menesteres. Pero el ser humano, tan relativo en la actualidad, siempre encuentra el envés, el perverso revés que hace indigno todo lo que toca. De este modo nos estamos cada vez transformando más en seres humanos que viven, avanzan o destacan gracias a la iniciativa de los demás. Aquí y ahora, si un individuo o asociación de ellos crea una grande o pequeña superficie comercial y la rentabilidad es muy buena, verá como en escaso espacio de tiempo aparecen copias específicamente idénticas, negocios semejantes a veces acompañados de desleal competencia. No digamos los escritores que se extienden de la misma forma que lo hacía aquel famoso triángulo de Tartaglia que nos enseñaban en el Bachillerato.
Pero hay algo que debíamos tratar con mayor sentido común y responsabilidad extrema cuando toca a nuestras creencias y sentimientos religiosos. Demasiadas imágenes en nuestros templos que desfilan luego en nuestra Semana Santa. Quizás se creen confusiones entre los más jóvenes y niños y, porque no, en los adultos. Cuántas vírgenes y cuánta diferenciación entre ellas. No parece lo mismo la Virgen del Rocío que la del Pilar de Zaragoza, La Macarena, la Esperanza de Triana o La Virgen de los Reyes, por citar algunos ejemplos. Parece que se compite por ser la que mayor número de milagros o peticiones atiende y la que consigue mayor seguimiento o popularidad. En La Isla lo tenemos con nuestro Nazareno, bien diferenciado de otras imágenes de Cristo en su semana de Pasión. Parece una simpleza, pero desunifica. El ejemplo lo da la vida civil, real, en que la división en diecisiete comunidades de nuestra nación, en vez de traer mayor paz/unión entre los ciudadanos de cada una de ellas, ha separado a los pueblos por su tendencia al independentismo y su soberbia con el idioma.
Feria del Carmen y la Sal -algunos han propuesto quitar la palabra Carmen- en nuestra “salada ínsula”. Día grande, el dieciséis de julio, efeméride nuestra Patrona. Nos encanta ver en la calle a la Virgen del Carmen, pero ya tenemos dos. Hay que cerrar la puerta a nuevas peticiones, porque nos podríamos encontrar en nuestras plazas tantas vírgenes como barrios componen esta ciudad y es muy necesario qué al lanzarle nuestros mejores piropos, recordemos que fue también el ser humano quien le quitó la vida a su hijo, con la misma acrimonia con que ahora se quitan sus enseñanzas de las aulas.