Desgraciadamente lo hemos vivido. Vino el virus, el Covid-19, y nos sometieron a un confinamiento o encierro para prevenir quedar infectado y sufrir las consecuencias, tantas veces trágicas, de este mórbido proceso. Hubo un tiempo en que la “libertad” nos la presentaron como un “patógeno psíquico” y nos indujeron el miedo a poseerla.
La libertad que en realidad es el germen saprofito de nuestra existencia, la liberamos de los grilletes de la morbilidad y lo hicimos con la ilusión de que así seríamos libres, sin miedo represivo o de vuelta al principio psicopatológico y con la posibilidad de expresar nuestros pensamientos al completo.
Nuestro país, al igual que no supo llevar a cabo en un principio la horrible pandemia padecida, aunque luego se perfeccionara, tampoco sabe luchar por mantener la libertad que con tanto esfuerzo creíamos haber conseguido y no se ve con claridad la posibilidad de ser alguna vez libres. Es más, y propio de las democracias occidentales, hacernos creer que gozamos de libertad, siempre y a condición de no usarla. Estamos sumidos en un laberinto de luchas por el poder, coaliciones interesadas donde España es lo último que se nombra, si se hace; perdida cada día más palpable de tradiciones y valores que creíamos inviolables y movimientos de masas e imposición de ideales que ensordecen, ciegan y medran a aquellos ciudadanos, responsables y razonables, a los que han cambiado su idioma tradicional, por la “lengua gramatical” del silencio, que ha obligado a la boca a permanecer cerrada.
Nacemos libres decía Rousseau para, a continuación, añadir pero por todas partes estamos rodeados de cadenas. La multitud de ciudadanos es tratada como peces por el pescador de turno, que actúa como amo, del “mar político”. Les ponen como “carnada” la libertad, la toman a ciegas y una vez engullida y enhebrados en el anzuelo, ya son víctimas que se conforman con oír el nombre de lo ingerido. La afiliación y “la obediencia” debida al “partido” se convierten prontamente en el primer eslabón de la cadena que intenta suprimir la libertad. Luego esta libertad actúa a modo de abrigo, cubriendo el resto de los eslabones que forman el completo encadenamiento. Pero un abrigo es solo una indumentaria y la libertad es un cuerpo al que le gustaría lucir su encanto.
Sería un motivo de risa y exageración, si no fuera porque es una lamentable realidad, la enorme diferencia que hay en esta nación entre la vida oficial, desde los parlamentos a las instituciones de cualquier tipo, y la del común de los ciudadanos. La primera tiene un punto de mira circular de escasa área, donde lo que importa es la consecución del poder, aunque sea a precio escandaloso e ilegal, y se consigue la denigración mediante el insulto del que se opone al criterio del que tiene las riendas de la diligencia del poder. El poder no solo debe tener “erótica”, tiene que haber motivos materiales de mucho mas peso.
El común de los ciudadanos ha hecho universidad de las terrazas, barras de bar, restaurantes, chiringuitos o reuniones deportivas para allí liberar sus pensamientos y criterios de lo que está aconteciendo, pero fuera de estos lugares es medrosa su conversación y correctamente política su forma de expresarse en debates, escritos, conferencias, disertaciones académicas y un largo etc., y hace como el lagarto que sale al sol y por miedo a la represalia de cualquier ser que pueda atacarle, se encierra en su cueva, su hogar, y solamente allí es sincero y fiel a su pensamiento. Si se amara a España y si no hubiera este miedo a expresarse con libertad - ahora no solo reprimida, sino también deshonrada- en todas las controversias que estamos sumidos en la actualidad, se hubieran unido “los dos grandes partidos”, compartiendo los poderes, poniendo lo mejor de sus vidas en conseguir progreso y “licencia”, y no serían precisas las múltiples minorías, ninguna de las cuales expresan el sentir de un pueblo al que odian o desprecian, y que obligan al que quiere conseguir el poder “a toda costa” a realizar intervenciones totalmente ilegales o delictivas a los ojos de la justicia, de la Constitución y de las arcas del Estado, e intentan mediante eufemismos absurdos y burdos hacer al ciudadano comulgar con la idea de es políticamente necesaria una amnistía de quienes creen tener la llave del edificio de la nación y que, tras haber delinquido, quieren tener una historia personal transparente.
Hablar de “referéndum” es absurdo, porque ya hay visos de realidad de que la región que quiere llevarlo a cabo ya no es hogar, ni hospedaje, para cualquier español que se exprese en su lengua y guarde su historia y sus costumbres, sintiéndose en lo que debería ser su suelo insultado o desterrado, por lo que la independencia está casi servida. La prensa que es “la artillería de la libertad” debía de poner todo su poder en la idea de unir a los dos grandes partidos. Mientras tanto el pueblo debería darse cuenta que la única y verdadera libertad no es posible sin la sabiduría y que poseerla exige mayor esfuerzo que el soportar la tiranía.