Si entre el nacer y el morir la vida es un compendio de cuentos a los que estás obligado a escuchar y más tristemente a obedecer, no podemos considerar como desmesurado y mucho menos absurdo que el protagonismo del verbo jugar se haya impuesto en relaciones diarias de los seres humano. La mañana nos despierta. Algunos lo hacen bastante antes de amanecer. De una u otra forma el juego comienza.
Nos jugamos la vida en cuanto ponemos nuestras manos sobre el volante del auto. Nos jugamos una reprimenda de mayor o menor repercusión según sea el incumplimiento del horario establecido. Nos jugamos nuestra valía y responsabilidad en el enfrentamiento diario con los problemas profesionales, que difieren enormemente según la calidad del trabajo que se realiza. Jugamos diariamente con los criterios oficiales establecidos y no se sabe ciertamente si actuar como rebaño, sin compromisos, pero relegados al inerte bulto de la sociedad silenciosa, como pastor, que obedece a su señor o montarse en el carro del que manda echando mano del elogio, para subir peldaños sin tener que construir la escalera.
Los compañeros de trabajo son el lado cínico de la amistad con los que jugamos recordando al dios Jano, utilizando dos caras, la de la conversación superflua con risas, chistes, comentarios sexuales y cerveza y la que se desarrolla en el despacho del jefe, verdadero desolladero, donde la piel del colega de tanto maltratarla o denigrarla, solo se desea que sirva para alfombra de portal que soporta el barro de las pisadas.
La hora de salida del trabajo abre la puerta hacia juegos más agradables. Unos irán al gimnasio, otros jugarán al pádel o asistirán a clase de idioma o simplemente regresarán al hogar. El amor es un juego de sentimientos con un embalse de entrega y encanto, que la lluvia de la ternura, la atracción y la inteligencia se encargan de mantener su nivel. Los embalses amorosos los secan la soberbia, los instintos y la compleja debilidad humana. Las separaciones son juegos entre equipos -personas- descendidos de categoría y valores. El reparto de premios no evita la caída. El divorcio es la finalización de un juego que se prometió eterno y que se repetirá con otro encuentro y promesa semejante a la primera y con la misma puerta de salida.
La madrugada ha ganado en la contienda con el flujo luminoso del día, pero repetirá el juego y acabará imponiéndose el alba. Durante el tiempo que resiste su oscuridad, nos ofrece una dádiva excepcional, la almohada sobre la que reclinamos nuestra cabeza en lecho personal o nupcial. El juego se hace real y la memoria histórica verdadera es la superficie donde el recuerdo y el comportamiento juegan el partido que arbitra el pensamiento. El resultado siempre justo, nunca se comunicará. Pero también es la almohada, el suave lienzo donde el pincel de la ilusión y la mano de la fantasía y la esperanza harán las delicias del espectador, que vestido del “yo personal”, vivirá --porque el sueño es parte real de la vida- sus momentos más prósperos.
Para alegría del ser humano también el juego del sueño, es posible en la vigilia.
El mes de diciembre, con su sorteo de Navidad, se erige en protagonista de nuestro soñar despierto. Es un juego sin ludopatía, sino con enormes colas de esperanza ante las administraciones expendedoras de décimos. El que adquiere finalmente esta participación, comienza a soñar desde ese mismo momento. Se piensa en los hijos, la familia, la vida personal, los deseos incumplidos y los placeres que la moneda bien administrada consigue. Es una especie de “platonismo” con ínfimas posibilidades de hacerse amor real, pero que ciertamente las hay en juego con la fortuna.
El saber matemático de las escasas posibilidades de acertar, nunca tendrá la fuerza suficiente para oponerse a la ilusión y la esperanza. Es tiempo de inteligencia artificial, porque es artificial el juego al que nos hemos incorporado. Descansar en la técnica es no presentarle juego a nuestro pensamiento inteligente. Nos interesa cada vez menos ser competidores. Esta de moda sentarse ante el televisor y que nos ofrezcan las imágenes de todos los juegos humanos. Por eso los encuentros que estamos viviendo nos llevan más a la separación, falta de entendimiento y espíritu insolidario entre los grupos, muy bien utilizados por algunos árbitros que solo se miran en su espejo para impedir que cualquier imagen más válida y limpia, pueda reflejar a la realidad, unas cualidades más supremas. Por eso en esta sencilla liga en la que soberbiamente solo se incluían muerte y vida, no han tenido más remedio que admitir a la esperanza, que puede desbancar de su pódium a estas dos verdades incompletas y por ello fácil de caer en el cuento y la mentira, que este siglo tan material como mediocre nos obliga a vivir.