Desactivan una bomba de fabricación casera hallada en un autobús a las afueras de Dublín.
La reina Isabel II de Inglaterra inició este martes su histórica visita a Irlanda, la primera de un monarca británico desde la independencia de este país hace 90 años, en medio de ingentes medidas de seguridad y algunas protestas minoritarias.
El mayor dispositivo de seguridad jamás desplegado en la isla, con más de 10.000 policías y soldados en activo, se puso a prueba desde primeras horas de un día en el que se escenificó un antes y un después en las relaciones de ambos países, cuyo acercamiento comenzó tras la firma del acuerdo de paz del Viernes Santo en Irlanda del Norte en 1998.
Mientras artificieros del Ejército irlandés desactivaban una bomba de fabricación casera hallada en un autobús a las afueras de Dublín, en el aeródromo militar Casement de Baldonnel continuaban los preparativos para recibir a mediodía el avión que transportaba a la real invitada.
En la alfombra roja esperaba el viceprimer ministro y titular de Exteriores, Eamon Gilmore, y así comenzaba un viaje de cuatro días lleno de simbolismo que llevaría a la monarca a algunos de los lugares más emblemáticos del conflicto que han mantenido ambos países durante siglos.
Con un abrigo y sombrero verde –el color de Irlanda– y un vestido azul –el color del patrón irlandés, San Patricio–, Isabel II y su marido Felipe, duque de Edimburgo, se desplazaron después a la residencia de la presidenta de la República, Mary McAleese.
Allí, por primera vez en cien años, un monarca británico escuchó en territorio irlandés independiente el Dios salve a la reina, el himno nacional del Reino Unido interpretado para darle la bienvenida.
Tras la firma del libro de visitas y una breve charla con el primer ministro irlandés, Enda Kenny, veintiún cañonazos del Segundo Regimiento de Artillería saludaron a la reina, quien también pasó revista a la guardia de honor, compuesta por miembros de los tres ejércitos.
Después de saludar a distintas personalidades, Isabel II y McAleese plantaron un árbol, un roble irlandés, que simboliza el comienzo de una nueva era de entendimiento entre ambos países, con una situación normalizada gracias al éxito del proceso de paz.
Pero el gesto más emotivo y esperado de la jornada se produjo cuando la reina depositó una corona de flores ante el monumento que honra a los irlandeses caídos por la causa de la liberación nacional.
Durante la solemne ceremonia celebrada en el Jardín del Recuerdo, en la céntrica Parnell Square, sonaron de nuevo los respectivos himnos nacionales y se guardó silencio por los héroes republicanos irlandeses que lucharon contra la corona británica.
No hubo baño de multitudes para la monarca, dadas las estrictas medidas de seguridad impuestas por la Policía irlandesa (Garda) en torno a esta plaza, totalmente aislada para evitar que las protestas que se desarrollaban en sus proximidades llegasen a sus oídos.
Igual de fría se mostraba la habitualmente bulliciosa O'Connell Street al paso de la comitiva real en su trayecto hacia el Trinity College, universidad fundada en 1592 por Isabel I y frecuentada exclusivamente por protestantes durante gran parte de su historia.
En su famosa biblioteca, la soberana británica pudo admirar el Libro de Kells, una de las obras más importantes del cristianismo celta, justo cien años después de que también lo hiciera su abuelo Jorge V.
Las oficinas antiguo brazo político del ya inactivo Ejército Republicano Irlandés (IRA), se encuentran justo detrás del citado Jardín, situación que aprovecharon miembros de la formación para lanzar al cielo globos negros en señal de protesta por la visita de Isabel II.