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España

Diario de un jubilata

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Que se vaya en buena hora, que hay que ver lo largo y puñetero que ha resultado. Dicen que “año bisiesto, año siniestro”. Pues eso. Ya está todo dicho. Bueno, todo no, casi, porque convendría hurgar un poco en la memoria de este dos mil ocho de nuestras penas, porque muchas veces la concatenación de hechos cada vez más lúgubres nos hacen perder la perspectiva.

Y es que a lo ancho de este interminable periodo nos habrá ido bien y mal, según como se mire. Perfecto en éxitos deportivos. Deficiente en nomenclatura, que no sabían cómo llamar a este embrollo que ha derivado en un solo y tremendo resultado: Depresión.


Confortados porque hemos escalado todos los ocho mil del planeta, doce -tantos como meses- ya se han coronado, pero guardamos el resto para seguir el próximo año “al filo de lo imposible”. Difícil por los azotes del paro. Conveniente porque el euríbor, tan machacante, acabó moderándose. Perverso por los precios despendolados.

Parada y fonda: Necesito que alguien muy experto me explique alguna cosa que no comprendo. La persona adecuada sería, sin duda, don Juan Salido a quien, humildemente, sometería mis incertidumbres: El llamado índice de precios subió de forma alarmante y, mes a mes, los jubilatas soportamos una cesta imposible. Si estuvo por encima del cuatro y del cinco bastantes meses y, milagrosamente, pega un bajón justamente el mes de referencia para determinar la base de nuestras modestas pensiones, preguntaría: ¿Esto puede ser verdad? ¿Esto es manipulable? ¿Mantenemos, es un decir, nuestro poder adquisitivo con ese cero cuatro? En una palabra: ¿Nos han dado coba? Ésta es la cuestión, aunque nadie -nadie- ha salido a la palestra para denunciarlo. Calladitos están los sindicatos, bueno, con esto y con todo, que jamás se vio semejante actitud de seguidismo o de como se llame. Que hay miles de convenios  con cláusulas de actualización, y los trabajadores que quedan -porque quedan- deberían contar con la defensa de las centrales. 

2008 ha sido un año canalla, pero dicen que el que empieza puede acabar haciéndolo bueno. De momento, hoy, sólo nos queda tragar sapos y culebras con cada uvita de una hipotética fortuna a golpe de campanada y decirle al 2008: ¡Que te vayan dando!

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