La corrección política ha impugnado casi todas las grandes causas de la posmodernidad, y me refiero a los grandes hitos de pensamiento que articulan las sociedades actuales, debido a una clara deriva de gran parte de sus individuoos, idiotizados intentando blanquear sus manchadas conciencias occidentales y, por ende, situados en la parte alta de la pirámide de explotación social que ejercen nuestras modernas economías hacia países del entorno o de la órbita de actuación política y económica.
Ahora, las causas que se defienden desde la conciencia de la clase media, se ejercen desde las redes sociales, desde ahí se articula, tanto la crítica como la teoría de cualquier movimiento que, desde el nacimiento, es manipulado por las grandes empresas tecnológicas.
Todo se
appifica, todo se descarga, todo se vierte a un dispositivo del que queda rastro, memoria cibernética, nuestro esqueleto vital se traduce así en las redes sociales creando un
fantasma, una proyección de ti mismo del que no somos ni siquiera la esencia, no hay memoria de nuestra memoria.
El alma se traduce a un sucedáneo visceral de silicio y cables submarinos que quedan en manos de despiadados CEOs o hackers rusos mal remunerados, todo es trama, todo efecto, todo proyección de un yo que no soy yo a un yo que se mira a sí mismo sin reconocerse en la pared de la caverna cibernética.
Las grandes causas de las que hablaba al principio, el ecologismo, el feminismo, la igualdad social como grandes constructos que otrora fueran las bases sobre las que asentar un movimiento político, solo han quedado como una moda externa, pasajera, interesada, en manos de fanáticos del
clickbait y de la basura inconmensurable de la publicidad, verdadera estructuradora del poder actual, junto a sus hermanas: el cine malo, la mala literatura para lectores inermes, a pesar del Día del libro, o una política que no ha sabido integrarse en el gran discurso ensordecedor de las redes sociales, o, que al fin y al cabo, ha optado por jugar al juego de pantallas infinitas de la posrealidad.
El espectador ha quedado a merced de la voluntad de los grandes grupos para separar lo que es real de lo que no, debe decidir si cree el discurso de la política, una política hecha para las redes sociales, para los grandes movimientos biopolíticos y no para el ciudadano de a pie, o creer en un ecologismo que esconde intereses económicos, un ecologismo abanderado de causas nobles, pero que sigue deshaciéndose de su basura en países pobres; o un activismo feminista mostrado en publicidad, sustentado por marcas que utilizan animales para la experimentación o en un discurso de empoderamiento algo caduco y que pretende naturalizar los malos modos de siempre.
Se ha creado, en las últimas décadas, una bolsa de exclusión social que llevará años de formación y ayudas económicas para acabar con ella. Las nuevas generaciones, criadas en la cultura de la obsesión por la fama rápida y por el demoledor efecto de una riqueza cateta y restregada por la cara de los
youtubers e
influencers, va a vivir peor que nuestra generación, cuando ya haya más vendehúmos que estudiantes de filología, pongo por caso, una de esas carreras que, según la mayoría de gurús de la tecnología, no sirve para nada. Quizá me equivoqué, pero tampoco quiero llevar razón. Eso es muy mediocre.