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Jerez

Don Ruperto Pozuelo Sánchez. Salesiano de Don Bosco.

Hijo Adoptivo de Jerez de la Frontera, recibió la Medalla de Oro al Mérito del Trabajo, otorgada por el Gobierno de España

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  • Don Ruperto -

El pasado 26 de febrero de 2017, falleció el benemérito miembro de la Sociedad de San Francisco de Sales: Ruperto Pozuelo Sánchez, Don Ruperto. En el momento de su vuelta a la Casa del Padre, contaba con 95 años de edad y 77 de profesión religiosa, de los cuales, dedicó 46 años a las juventudes profesionales en el Centro Salesiano “Manuel Lora Tamayo”. Hijo Adoptivo de Jerez de la Frontera, recibió la Medalla de Oro al Mérito del Trabajo, otorgada por el Gobierno de España.

Don Ruperto procedía de familia humilde y trabajadora. Su madre, doña Agustina, fue mujer sencilla de su casa, trabajadora incansable. Llevaba también a gala ser hijo de Rafael, oficial picador de “Minas del Soldado”en Alcaracejo, del cordobés Valle de los Pedroches,y en las de Monterrubio de La Serena, provincia de Badajoz; referente para él, por bueno, activo, responsable, trabajador, dinámico, puntual, justo y recto. Cualidades que heredó el joven Rupertito, de las que hizo gala durante toda su vida. Su padre hacía muebles para su hogar, zapatos para sus hijos y todavía le sobraba tiempo para trabajar en un pequeño huerto. Murió pronto, asumiendo el papel de padre, Agustín, su hermano mayor, siempre muy pendiente de él; mecánico, dueño de un Dodge, vehículo con el que a diario trasladaba pasajeros de Alcaracejo a la capital cordobesa, a precios muy económicos, actividad que constituía la única fuente de ingresos familiar. Nuestro querido Salesiano era hermano de cuatro hombres y dos mujeres.

Salesiano de Don Bosco por la Gracia de Dios y del Espíritu Santo, vivió feliz su niñez y juventud, a pesar de mucha pobreza y necesidad. Vistió prendas prestadas durante largo tiempo. Siempre se conformó con muy poco. Su hermano mayor le ocupaba durantelas vacaciones escolares. De ese modo, ejerció a edad temprana como carpintero, zapatero y camarero en un bar, ante cuya puerta paraban coches de línea, donde limpiaba mesas y atendía trabajos menores; durante su incursión en el mundo de la hostelería, año 34, conoció un muchacho del Viso de Los Pedroches que, camino del Noviciado, le animó a visitar la Casa salesiana de Pozoblanco. Consultado su hermano mayor,éste le advirtió lo complicado de los tiempos que corrían, adversos a La Iglesia, en los que quema de conventos y fusilamientos de consagrados, estaban a la orden del día. A pesar de la advertencia, el joven Ruperto llamó a la puerta de los Salesianos, siendo recibido por Don Antonio Domuiño. Al poco tiempo se escapó “porque me sentía solo y quería ver a mamá”. No tardó en volver, tras la regañina de su hermano, para quedarse por siempre con Don Bosco.


Con dieciséis años, fue trasladado a Sevilla, donde aprendió escultura, especializándose en aplicación de estuco a imágenes.Ejerció como docente, asistente de estudio, y monitor de alumnos en paseos de grupos. Luego ingresó en el Aspirantado, al que acudióvestido con buzo de mecánico, ya que su familia no pudo facilitarle otra prenda. Cursó el Noviciado en la Capital Hispalense, donde profesó el 16 de agosto de 1940. La Casa agrícola de Antequera fue su siguiente destino, allí dio clases a hijos de campesinos y labriegos, gente buena y sencilla. Conoció la guerra civil y guerra mundial; cumplióa partir de 1942, tres años y medio de servicio militar en Montilla, en los que nunca supo de los suyos. Por entonces, cada familia no podía ofrecer más de tres hijos para defensa del país, con lo que el más pequeño solía librarse. A pesar de ser el benjamín, ofreció dicha opción a su hermano mayor, quien le insistió en su vuelta a la vida religiosa, lo que hizo por poco tiempo, ya que tras algunos días fuera de la milicia, le volvieron a reclamar. En el cuartel, los mandos se mofaban de los religiosos, ridiculizándolos y faltándoles al respeto. Siempre humillaban al fraile, recordaba con pena. En la primera etapa de su servicio militar, sufrió mucho, por él y por sus compañeros consagrados. Gracias a la mediación del Vicario General, amigo del General al mando, prestó servicio en archivos de parroquia y catedral. También asistía en Misa diaria como servidor del Presbítero y rezaba en el púlpito, animando rosarios, novenas, triduos, quinarios, etcétera. Don Bernabé Perpén Rodríguez, cura del cuartel, siempre le demostró cariño y proximidad, lo que recordaba con lágrimas en los ojos. Le quería muchísimo. Siempre solidario, al encontrarse en dicha posición, cada vez que un nuevo reemplazo se incorporaba a filas, acudía para comprobar si algún consagrado llegaba a la Compañía y hacía lo posible por reclutarlo para los citados archivos eclesiásticos para de ese modo, evitarles los primeros meses de instrucción, que solían ser los peores.Sufría cuando sus compañeros lo pasaban tan mal como él lo vivió al principio. Pronto se hizo famoso por la encomiable labor en favor de religiosos, siendo muy querido en parroquia, catedral y cuartel, donde le llamaban “padrecito”, apodo que rememoraba con media sonrisa. Dio clases de latín y matemáticas a reclutas analfabetos. También ayudaba en entierros, velando por la dignidad de los difuntos, ya que el modo de celebrar sepelios no cuadraba con su concepción de piedad y respeto.

En Algeciras se encontraron los cuatro hermanos, a la conclusión del servicio militar. Fue tanto el tiempo transcurrido, que cuando sus hermanas le recogieron en Sevilla, preguntó: ¿En qué puedo servir a las señoritas? Buscamos a un joven llamado Ruperto, ¿lo conoce Usted? No pudo responder. Se miraron sorprendidos e indecisos para fundirse en un inolvidable abrazo. A su vuelta a casa, encontró a su madre, como el resto de señoras del pueblo, pidiendo comida a los militares, pasando verdadera necesidad; estampa que nollegó a borrar de su memoria.Tras servir a la Patria, la obediencia le llevó a Morón donde ejerció como docente. Luego llegó a la Casa de Cádiz, donde estuvo al cargo de aspirantes coadjutores, durante veinte años. Dela Casa de Aspirantado pasó a la Universidad Laboral de la Tacita de Plata, donde afloró su afición por la mecánica, “porque lo llevo en la sangre, como mi padre y hermanos”, afirmaba. Allí desempeñó la función de Encargado de Maestría Industrial durante diez años, “entre jóvenes como castillos, venidos del norte”. Aquellos talleres eran el doble que los de Jerez-Manuel Lora Tamayo. Ya en Cádiz, se prodigó en el campo de la fotografía, con una cámara que le regaló su hermana Trinidad, propiedad de su marido fallecido, comenzando de este modo su prolija y vasta producción multimedia. Hizo muchas fotos a todo el mundo. Tras comprobar la calidad de sus trabajos, el Rector de la Universidad optó por agenciarle una máquina muy buena. Con pocos recursos, montó un taller humilde y pobre. Descubrió definitivamente su preferencia por aceros y metales. Se introdujo en el oficio de la mano de un profesor italiano ex salesiano, si bien se considera autodidacta, afirmando que aprendió a base de libros, voluntad, y muchos contratiempos, lo que alternaba con atención a dormitorios, comedores, paseos, clases.

No paraba un momento. Los domingos, cuando algunos de sus compañeros acudían al cine o al fútbol, él prefería quedarse asistiendo a los chiquillos. Era su día preferido para tomar fotos, en el Oratorio. Hacía composiciones de distintas facturas. Los peritos les pedían fotos junto a sus novias. Aquellos jóvenes se sentían queridos por él y él por sus alumnos. Todos ellos y sus profesores eran muy buenas personas, a las que siempre quiso de corazón. Don Antonio Hidalgo de los Santos, a la sazón, Titular de la Inspectoría “María Auxiliadora” de Sevilla, destinó a nuestro querido Don Ruperto a la Casa de Jerez. El salesiano don Juan Bosco Ramos Cervera trasladó a nuestro protagonista, a la Capital del Vino. Desde aquella jornada hasta nuestros días, han transcurrido cuarenta y seis años al servicio en Jerez, de las juventudes profesionales.A la pregunta: ¿qué hubiera sido de no haber optado por el camino de la salesianidad consagrada? Don Ruperto respondía de forma clara y rotunda: “de todas maneras, hubiera sido lo que soy: Salesiano de Don Bosco. Decididamente, Salesiano a mayor gloria de Dios Padre.”Siempre demostró su talante joven, trabajador, cabal, puntual, formal, incansable, incombustible. Su primer encuentro con María Auxiliadora tuvo lugar en Pozoblanco, pueblo mariano como el que más, donde quieren y respetan mucho a los hijos de Don Bosco; ocurrió un 24 de mayo que le pilló por aquellos lares, sin querer, como si la Santísima Virgen le hubiera llamado. Fue en Montilla donde tuvo ocasión de profundizar en tan bendita advocación mariana.

Convencido de la predilección de Don Bosco por la juventud obrera pobre y humilde, aseguraba que los jóvenes de la Casa de Jerez, responden a dicho perfil desde sus inicios (1962) hasta la actualidad. Nuestro Padre y Maestro cuidó al pobre, educó al obrero y le abrió las puertas al mundo del trabajo. Fue pionero indiscutible de lo que hoy conocemos como inserción laboral. Patio, Taller y Templo fueron sus preferencias, espacios naturales donde evangelizar y formar buenos cristianos y honrados ciudadanos. Gobiernos de numerosos países han solicitado a la Congregación salesiana y lo siguen haciendo, la creación de Escuelas Profesionales. De ahí, según afirma, el incremento de Casas en América Latina y Rusia, por ejemplo. Don Ruperto defendió con pasión, el modelo de Escuela Profesional Salesiana, misión a la que se sienten llamados los sucesores de San Juan Bosco. Aseguraba que colectivos dedicados a la enseñanza hay miles, millones en todo el mundo, de todas las tendencias y titularidades, que a diario desarrollan una valiosa labor. Pero entre todos esos modelos, la Escuela Salesiana de Formación Profesional es única desde su planteamiento y proyección hasta su ejecución y resultados.

Siempre aseguró que Don Bosco es incomparable. En algún sitio llegó a leer que Juan Bosco pedía a Dios le dispensara de comer y dormir para tener más tiempo de dedicación a sus muchachos, para trabajar y extender su Reino. Sin duda, Don Ruperto hizo lo mismo. En su opinión, Don Bosco era un hombre activo, humano, un santo con mayúsculas. Nos refirió en cierta ocasión: “imagina la valía de Don Bosco…, casi con setenta años, tres antes de su vuelta al Padre, el Papa le pidió que levantara un Templo al Sagrado Corazón de Jesús en Roma. ¿Cabe mayor reconocimiento de las habilidades y santidad de nuestro amado Padre?Que un Papa encargase tamaña Empresa a un cura de esa edad, fundador de una Congregación nueva, hoy centenaria, es algo que siempre me ha llamado la atención.”A su juicio, la mejor biografía de Don Bosco es la escrita por el novelista argentino Gustavo Hugo Wast, dos tomos titulados “Don Bosco y su tiempo”, en los que podemos encontrar, entre otros, una deliciosa descripción dela figura del coadjutor salesiano.

Sin Don Ruperto Pozuelo Sánchez será imposible entender la historia del Centro Salesiano “Manuel Lora Tamayo”. Para quienes tuvimos la inmensa suerte de compartir vivencias con él, sabemos que siempre estará con nosotros. Cada vez que abran las puertas los talleres que se llevan su nombre, sabremos que nos recibirá el espíritu de quien siempre será su “Jefe de Taller Perpetuo”. Presentimos que en cualquier momento aparecerá por algún rincón de talleres, patio o santuario. Sabedor de su futuro más inmediato, no solo se despidió de sus hermanos, sino que insertó en sus últimos calendarios murales repartidos, a modo de despedida, aquel recordatorio que editamos con ocasión de sus Bodas de Diamante de profesión salesiana. Numerosas virtudes adornaron su persona. Dicen que de los difuntos se habla mucho y bien. De Don Ruperto no solo siempre hablamos bien, sino que destacamos su bondad, disponibilidad, buen humor y santidad. A menudo repetía: “Quien no vive para servir, no sirve para vivir.” Cada vez que nos encontramos con alguno de sus miles de antiguos alumnos en cualquier lugar, salta la pregunta: Y Don Ruperto, ¿qué tal sigue?, ¿cómo se encuentra?; desde ahora podremos responder: feliz como siempre, nos espera en el Paraíso quien ha sidoverdadero imitador de Don Bosco, como él lo fue de Cristo. Seguro que María Auxiliadora lo ha presentado de su mano ante el Padre. Hasta siempre, querido Don Ruperto.

 

* Antiguo Alumno de Don Bosco

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