En el reloj de la plaza de San Ildefonso eran siempre las cinco y veinte de la tarde. Cuando los Junkers 52 alemanes sobrevolaron la ciudad de Jaén desde Jabalcuz en abril del 37 y descargaron su arsenal de explosivos y muerte, la ciudad se ahogó en un grito empolvado de carniza que detuvo las manecillas e hizo escribir a Miguel Hernández, desde el palacio de los marqueses de Blanco Hermoso, aquello de “Canallas”. El número de víctimas fue similar al de Gernika, pero nosotros siempre hemos sido más humildes y nunca hemos gustado de protagonismos. Aún quedan mordeduras de metralla en la fachada de la basílica (menor), la de Ventura Rodríguez. Los del Frente Popular fusilaron a otros tantos, como represalia. Supongo que en agradecimiento por la matanza de muchas decenas de paisanos, entre los cuales había unos sesenta niños, a Queipo de Llano le dedicaron la plaza de los Jardinillos, hasta entonces de San Agustín. Le quitaron la plaza al autor del aserto “Ama y haz lo que quieras” para entregárselo al que afirmaba que estaba “plenamente justificado” violar a las mujeres de los milicianos porque “predican el amor libre”. Un campillejo aún de tierra para el que ha estado enterrado hasta hace nada en la basílica de la Macarena, que también es “menor”, como la del Pilar, como todas las basílicas, salvo las cuatro de Roma. Pero aquí somos más sencillotes o acomplejadillos, y por eso nunca se nos olvida lo de “menor” al nombrar el templo de la Patrona.
El segundo bombardeo ya fue incruento, y los únicos muertos que deparó fueron los de la historia de la ciudad y buena parte de su patrimonio histórico. A partir de los años sesenta, los franquistas quisieron ponerse muy modernos y yeyés, pero la novedad les vino larga y, para algunas cuentas corrientes, más que larga, generosa. Aprovechando el éxodo de las gentes de los pueblos a la capital, la necesidad urgente de nuevas viviendas (Jaén iba a duplicar su población), políticos y constructores, unidos por el común denominador del analfabetismo artístico y la codicia, comenzaron un derribo irracional de todo lo que evocara a lo antiguo y entorpeciera el enriquecimiento personal: decenas de casas palaciegas, conventos renacentistas, termas y acueductos romanos, edificios regionalistas e historicistas, molinos medievales, dos teatros modernistas… El 1973 el Real Convento de Santa Catalina Mártir (antigua universidad) tenía orden firmada de demolición y en 1975 se leía en prensa (no recuerdo el nombre del gañán) que el teatro Cervantes ni era tan antiguo ni tan valioso como para haber evitado su demolición, y que ahora Jaén sí tendría un edificio “digno de una capital”: el de La Mafia se sienta a la mesa. Nada que añadir a tan insuperable nombre.
La herencia recibida de aquellos años aún perdura en las seseras de muchos paisanos, que siguen despreciando su historia, que se afanan en desconocerla o que consideran sensatas y hasta plausibles determinadas tropelías arquitectónicas. En algunos casos de lastimosa indigencia cultural, algunos de ellos han llegado a liderar, incluso, la concejalía de Urbanismo, mientras se han seguido forrando unos pocos a costa de la ciudad.
Presuntamente, que se dice.