Si hay tres plazoletas celosas de la belleza popular, arcana y pudorosa de Jaén, esa que le hizo exclamar a Federico García Lorca que nuestra ciudad era “el corazón puro y recóndito de la Alta Andalucía”, son las del Pósito, la de los Naranjos y la de San Bartolomé. Esta última se nos apareció hace una semana hecha unos zorros, con estruendo de excavadoras, gritos de operarios y losas de piedra picadas, levantadas, algunas apiladas. Sin más noticia que unas fotos previas del concejal en las redes sociales, afirmando que estaban analizando la manera de mejorar la plaza (que definió como “emblemática”, se veía venir). Tres días después, sin transparencia, sin proyecto, sin el más mínimo conocimiento en Cultura, la piqueta había levantado la solería del cantón en un plisplás.
Acostumbrados como estamos, históricamente, a que caballos de Atila con micro ocupen algunos escaños del concejo, especialmente los vinculados con el urbanismo, unos cuantos pusimos el grito en el cielo. Con una forma de proceder verdaderamente inadmisible (bien por irracional, bien por irrespetuosa con muchos), al día siguiente de hacer picón y mistos con las piedras, el Ayuntamiento emitió una nota de prensa en la que se informaba del “próximo inicio” de obras en San Bartolomé (¡qué sentido quevediano del tiempo, o del sarcasmo, o de la chufla!). En la notita también se aseguraba muy enfáticamente que la remodelación había sido consensuada con vecinos y técnicos. Yo no sé a usted, querido lector, pero a mí me causan verdadero pánico estos
comités de sabios. Si por algunos fuera, se debería poder aparcar en la plaza de Santa María, convertir Bernabé Soriano en carretera nacional y echar una capilla de asfalto en algunas calles empedradas para que los amortiguadores de los coches,
angelicos, no sufrieran. Además, ya dijo un caballo de Atila jaenciano en la reserva que las piedras eran apropiadas en la época romana, en ningún caso para la nuestra. (Creo que lo soltó por decir algo, como a voleo). No hay ejemplo de mayor demagogia o populismo que apelar al pueblo llano para dirimir asuntos que superan sus competencias. Y en este caso está en juego una parte del patrimonio histórico y singular de Jaén, un espacio protegido como bien de interés cultural, por lo que es imperativo reunir a las comisiones pertinentes, oficiales, a los agentes a los que les compete la cuestión, que han sido ninguneados. Y que sea con abundancia de luz y taquígrafos.
Lo intolerable es que lo sabían, pero han preferido gestionar nuestra ciudad como si fuera una comunidad de vecinos. Nada originales. Pura tradición que aquí, porque nos comemos las des intervocálicas, es sinónimo de traición. Más reinos derribó la soberbia que la espada.