La gestión política de la epidemia de coronavirus es un kit de prueba para ver qué políticos dan positivos en la prueba de honradez política y quienes no. Entre el viernes tarde y el sábado por la mañana, aprovechando la no publicación aún del Real Decreto por el que se debía declarar el estado de alarma para la gestión de la situación de crisis sanitaria ocasionada por el COVID-19 salieron en comparecencia, al menos cinco Presidentes de CC.AA., con una infantil voluntad de adelantarse al gobierno de la nación y declarar, bien el estado de alerta sanitaria, bien directamente el confinamiento de sus respectivos territorios. Algo inaudito, entre otras razones, porque bastaba esperar unas horas la publicación del decreto de alarma que centraliza todas las medidas y competencias para combatir la peligrosa pandemia de coronavirus.
Posiblemente España sea uno de los peores países para que combatir una epidemia de esta magnitud. Nuestros hábitos sociales y culturales nos convierten en objetivo epidémico de primer nivel. En muchos otros países europeos se hace mucha vida en el domicilio y no se tiene tanta vida social. Estas costumbres que son un valor de nuestra sociedad se convierten en un déficit difícil de corregir en una situación de urgencia como la que nos encontramos. Pero a los hábitos sociales debemos de unir la gestión epidémica que deben hacer 17 gobiernos autonómicos y 2 ciudades autónomas. Galicia, Andalucía, Madrid, Cataluña y País Vasco salieron a adelantar las medidas en su propio barrio, no fuera a pasar que los suyos pensaran que el Gobierno español les invadía competencias… Tranquiliza poco.
El decreto de alarma supone de facto un 155 en todo el territorio español. Una necesaria recentralización de las competencias en seguridad, movilidad, transporte y sanidad principalmente. Pero ante esta situación de máxima gravedad y excepcionalidad no podemos esperar con que la totalidad de los gobiernos autonómicos y de sus autoridades comprendan la necesidad de adoptar medidas extraordinarias que superan las competencias de las autonomías. Las epidemias no entienden de territorios, ni de Parlamentos, tampoco diferencian las lenguas, ni si la comunidad donde vive el infectado es histórica o no.
Disgusta y apena escuchar a Urkullu o a Torra marcando su comarca como se marcan los territorios en la sabana. Nos merecemos políticos a la altura del país. No superaremos esta crisis si los que tienen que decidir sobre la gestión de nuestra salud o de nuestras vidas andan en discusiones peregrinas sobre quien es el jefe de la tribu. La única autonomía que debemos respetar es la de nuestras vidas. La verdadera autonomía.
